lacuestión
La Cuestión se origina en Barranquilla, Caribe colombiano
La experiencia de fumar puros
Uno de los mayores placeres de la vida
Por Marvin R. Shanken*
Los cigarros (puros) hacen posible disfrutar de una experiencia verdaderamente única. Para empezar, porque son muy pocas las variedades de tabaco, que se usan para su elaboración, cuyo cultivo y añejado suelen ser extremadamente cuidadosos. Además el procesote fermentación de las hojas hace que estas pierdan gran parte de la nicotina. Los puros están diseñados para arder a temperaturas muy bajas, es decir, el tabaco no debe carbonizarse ni calentarse en exceso no se quiere que pierda su suavidad. Ya de por sí, el humo templado contribuye decisivamente a hacer que el fumar un buen puro sea una experiencia sumamente agradable.
Como ocurre con la comida y el vino, las papilas gustativas de la lengua, y, en menor medida, el paladar, son las encargadas de percibir los sabores del humo. Aunque los cuatro sabores básicos sean el dulce, agrio, salado y amargo, el humo de los puros suele presentar una variedad infinita de ellos, por lo que no debe sorprender que para describirlos se emplee un vocabulario similar al que se usa para la alta cocina y los buenos vinos y licores: además de los cuatro mencionados también se dice de un cigarro que es ácido, áspero, suave, fuerte, con cuerpo, rico y equilibrado. Algunos catadores, incluso, utilizan términos más pomposos, como meloso, trascendente y opaco.
Un mismo puro puede presentar varios matices de sabor, y cada uno de ellos, a su vez, poseer su propio cuerpo e intensidad, haciendo que cada bocanada tenga su propio gusto inicial y su regusto; además, cada puro cambia su sabor a medida que se fuma. Asimismo, se pueden lograr variaciones si se degustan determinadas comidas o se disfruta de ciertos licores al tiempo. Pero, aparte del sabor, los puros se pueden disfrutar también con el olfato, el tacto y la vista. En definitiva todo un cúmulo de placeres que mantendrán hechizado toda una vida.
El arte de fumar puros es una actividad reposada, a la vez vinculada con cierta elegancia. Fumar correctamente nos permite relajarnos, por muy ajetreado que sea nuestro día a día. La respiración acompasada del aficionado al puro se ha comparado con la de quines practican meditación profunda; al igual que esta, fumar puros libera nuevas energías. Notará que le estimulan, agudizan sus sentidos e intensifican la sensación de bienestar.
Llévese el puro encendido a los labios y, antes de dar la primera bocanada, sople a través del mismo para expulsar cualquier sabor desagradable producido por el encendido. Hecho esto, llene su boca con el humo frío y reténgalo sin inhalarlo. Retire entonces el puro de la boca, paladee con detenimiento el humo y suéltelo lentamente. Espere unos instantes antes de dar la siguiente bocanada. No es recomendable mascarlo o sostenerlo entre los dientes mientras esté realizando otra actividad, ya que podría mojarse, aplastarse y perder el buen tiro, algo desagradable tanto para la vista como para el paladar.
No tenga reparos en dejarlo de cuando en cuando en el cenicero: siempre que le dé una chupada aproximadamente cada minuto, un buen cigarro no debería apagarse. ¡Sonría: está disfrutando de uno de los mayores placeres de la vida!
Cuando lo haya acabado, no lo aplaste en el cenicero como si fuera un cigarrillo, ya que los restos de alquitrán darán mal olor. Déjelo simplemente en el cenicero, se apagará por sí mismo sin desprender más humo. Eso sí, procure deshacerse cuanto antes de la colilla para que no queden olores persistentes.
La temperatura del vino
Por Luis Vida Navarro*
El tópico que dice que debe servirse "el blanco frío y el tinto a temperatura ambiente" hace que miles de botellas se beban cada día heladas o -lo que es peor- infernalmente convertidas en "caldos" (del latín "calidum": caliente). Sin embargo, si nos dejásemos llevar por el sentido común obtendríamos mejores resultados y más placer de nuestros vinos. Debemos tener en cuenta lo que es el vino en sí: zumo de uvas fermentado. Como fruta que es, la temperatura fresca lo hace agradable. Debemos intentar, por tanto, que la sensación de los diferentes vinos al entrar en la boca sea, al menos, ligeramente refrescante.
Con la práctica veremos que tocar la botella con la mano, y llevar un poco de vino a la boca, son los métodos más fiables y seguros para saber si está a su temperatura ideal. Pero antes será necesario educarse en ello, por lo que un termómetro de vinos es un utensilio importante para el aficionado. Con el tiempo y el rodaje lo podremos ir utilizando sólo esporádicamente y sabremos con un simple trago si el vino está correctamente servido. Y un último consejo: para cualquiera que piense que esto son minucias y que, si el vino es bueno, cualquier temperatura vale, que haga la siguiente prueba: que ponga dos botellas de unos de sus tintos favoritos, una a temperatura ambiente y la otra a sus ideales 15-18º C. Después, que invite a algunos amigos a probar los vinos a ciegas para determinar si son el mismo o diferentes vinos, pidiéndoles después su valoración de ellos; los resultados le sorprenderán. Y conozco bien el caso: un sumiller amigo, que llevaba años sirviendo a un cliente una determinada marca y añada a unos 24º C, a petición de éste, le propuso un día catar a ciegas un vino nuevo y sorprendente. El cliente quedó entusiasmado y dijo que, sin duda, el nuevo tinto era muchísimo más complejo y equilibrado. Tras lo cual, se desveló el pequeño engaño: era la misma botella servida a 16º C... *elmundovino
Carta de Manuela
“¡No, no, no, no más, hombre por Dios! ¿Por qué hacerme usted escribir faltando a mi resolución? Vamos, ¿qué adelanta usted sino hacerme pasar por el dolor de decirle a usted, mil veces, no? Señor, usted es excelente, es inimitable, jamás diré otra cosa sino lo que es usted; pero, mi amigo, dejar a usted por el general Bolívar, es algo; dejar a otro marido sin las cualidades de usted, sería nada".
“Déjeme usted, mi querido inglés. Hagamos otra cosa; en el cielo nos volveremos a casar, pero en la tierra, no. ¿Cree usted malo este convenio? Entonces diría yo que era usted muy descontento. En la Patria Celestial pasaremos una vida angélica y toda espiritualidad (pues, como hombre usted es pesado). Allá todo será a la inglesa, porque la vida monótona está reservada a su nación (en amores, digo, pues en lo demás, quiénes más hábiles para el comercio y la marina?). El amos les acomoda sin placeres; la conversación, sin gracia, y el caminado, despacio; el saludar, con reverencia; el levantarse y sentarse, con cuidado; la chanza, sin risa; estas son formalidades divinas, pero yo, miserable moral que me río de mi misma, de usted y de esas seriedades inglesas, ¿Qué mal me iría en el cielo! Tan mal como si fuera a vivir en Inglaterra o Constantinopla, pues los ingleses me deben el concepto de tiranos con las mujeres aunque no lo fue usted conmigo, pero sí más celoso que un portugués. Eso no lo quiero yo: ¿no tengo buen gusto?" “Basta de chanzas: formalmente y son reírme, con toda la seriedad, verdad y pureza de una inglesa, le digo que ‘no me juntaré con usted’, anglicano y yo atea es el más fuerte impedimento religioso; el que estoy amando a otro mayor y más fuerte. ¿No ve usted con qué formalidad pienso?"
Los cuadernos de Juan Mostaza (septiembre)
A propósito de la muletilla “conozca a Barranquilla antes de que se acabe”, acomodada según él a esa ciudad, afirmó categóricamente el pasado 19 de septiembre el columnista Armando Benedetti, al que procuramos no dejar de leer ni en “El Tiempo” ni en “El Heraldo”, que Barranquilla no se acabó. Digamos más bien que no se acabó, pero parece siempre estar al borde de acabarse. La profusión de augurios optimistas del señor Benedetti en su columna, ya veremos algunos, vienen a ser directamente proporcionales a la magnitud de un cuestionamiento que a la vez permite casi parafrasear al ex ministro: ¿tampoco se acabó la corrupción?
De ese asunto tan delicado hay tanto material disponible que no voy a referirme, sino brevemente al drama de los arroyos urbanos, uno de los asuntos más sensibles en la tragedia de la autodestrucción de Barranquilla. Por cuenta de ellos, algo aproximado a un “bogotazo”, que logró paralizar a Bogotá por una vez en todo un siglo, ocurre aquí varias veces al año cuando llueve de manera importante: la ciudad se paraliza convertida en un gigantesco alcantarillado pluvial a cielo abierto. Los barranquilleros entonces miran impotentes desde sus ventanas el espectáculo que postra a la ciudad. Mientras tanto, los negocios dejan de vender, ocurren destrozos de toda índole y mueren personas.
Hablando del espacio público, el aspecto que presenta la ciudad, salvo en algunos trayectos de esa parte de ella a la que jocosamente se conoce como la “Miami de mentiras”, que incluye parte del barrio El Prado con su señorío, es sencillamente deprimente. Tantas y tan profundas cicatrices, tantas evidencias de un prolongado abandono no son sino el producto de la acumulación de años de corrupción y desidia administrativa.
La ineptitud de la dirigencia política, y el desgreño llegaron a un punto tal que han debido algunas fundaciones amigas de la ciudad “adoptar” huecos y taparlos para disimular un poco la vergüenza que son las calles de Barranquilla. El aspecto de la ciudad, salvo en algunos sectores, muy pocos, refleja un atraso bestial: por dar solo algunos ejemplos, las zonas verdes son prácticamente inexistentes, la arborización es caótica, el escasísimo mobiliario urbano da grima, muchísimas aceras han sido estropeadas y permanecido así por años, los separadores se pierden en la maleza que los cubre, etc.
En materia de parques, que al lado del transporte público son quizá el espejo del alma de una ciudad y el parte más inmediato de su grado de bienestar, además de que hablan bastante claro de la estirpe de sus gobernantes, si a Bucaramanga se le conoce como la “ciudad de los parques” a esta, la nuestra, bien podría llamársele la “ciudad sin parques”: verdaderos fantasmas raquíticos abandonados a su suerte. Ese triste aspecto de orfandad que ofrecen revela de inmediato que la mano humana no se ha asomado para embellecerlos en varios lustros. No es gratuito que imágenes imperecederas de esos espacios sean las ruinas de las características viejas bancas de cemento, fracturadas hace muchísimos años.
El centro de Barranquilla, el “Calcuta de verdad”, es un verdadero desafío para la cordura en pleno siglo XXI. No puede ser otra la conclusión después de internarse en ese caótico enclave rabiosamente tercermundista, de calles prácticamente en escombros, de arborización casi nula, invadida por vendedores ambulantes, a veces tan apretujados como dueños del espacio público que a las aceras que ocupan no llega la luz del sol. Los vestigios de cierta exquisita arquitectura de antaño cayeron en manos de cualquiera y son ahora damas alicaídas disfrazadas con los atavíos de la pauperización. Indignado ante el aberrante panorama del centro, he llegado a pensar de él que en muchos tramos y a ciertas horas del día es lo más parecido a lo que debe ser el infierno.
(La opinión de Ernesto Mac Causalnd en El Heraldo de septiembre 23 no puede ser más pertinente: ahora sí, después del huracán que despedazó a New Orleans, puede decirse de ella que se parece a Barranquilla).
¿Quién dice que no puede atribuirse semejante tragedia, la de Barranquilla, claro, relatada hasta aquí solo de manera parcial, al virtuosismo administrativo de los gobernantes que por aquí han pasado en los últimos 35 años?Sin embargo, afirma con alborozo Benedetti: ”en el nivel distrital se acaba de adjudicar el primer tramo del segundo anillo circunvalar, parte de un plan de inversiones, en su primera fase, de más de 250.000 millones de pesos”.
Y agrega: “…no basta con destacar que casi todo será financiado por el Gobierno nacional (…) Más de 500.000 millones de pesos están garantizados para inversiones efectivas (…) El Gobierno nacional destinó 80 mil millones para cofinanciar un alcantarillado que conducirá esos desechos (gran parte de las aguas servidas) (…) invertirá cerca de 250.000 millones de pesos más en obras en Bocas de Ceniza y el canal navegable (…) financiará también el 70 por ciento (170 mil millones de pesos) de la construcción del Transmetro”.
Tanto dinero junto desbordó el optimismo del columnista. En mi caso, y estoy seguro que en muchos más, la noticia generó mucho pesimismo y cierto pánico. Porque los manojos de ejemplos se cuentan por millares. La calle treinta fue reparada, robada y vuelta a robar, n mil veces. La misma circunvalar fue en cierta época una verdadera trocha después de inversiones multimillonarias. El estadio Metropolitano ya comenzó a derrumbarse y carga con un muerto por esta razón. La Central de Abastos, un monstruo de más de 20 millones de dólares, con algo más de veinte años, está al borde de la liquidación, por no impedir la administración que los comerciantes mayoristas despacharan desde la ciudad.
Los ejemplos de corrupción coparían varios tomos. Me encuentro uno sin preponérmelo apenas echo un vistazo a la prensa del día mientras redacto estas líneas: “Embolatados millonarios pagos a EDT. En la última semana de mayo de 2004, usuarios de la liquidada empresa pagaron unos 800 millones de pesos, pero el dinero no aparece consignado” (El Heraldo, edición de septiembre 21 de 2005).
Me creerá el lector que no pretende ser esta una filípica antibarranquillera. Los fines son algo más altruistas. Ante la proximidad de varios millones de dólares de inversiones para el progreso, me pregunto ¿algún fundamento de peso actualmente revoca el presentimiento de que la corruptela de la ciudad no acabará por destruir el sueño a que da pábulo tanto dinero?Señores optimistas, apacigüen sus ánimos. No lo olviden: Barranquilla, como Cartagena y tantas otras, es una ciudad maniatada por la corrupción. Y la corrupción es de tal magnitud que ha alcanzado un blindaje casi infalible. Aquel dinero para el progreso ya debe estar repartido.
Cine: lo que nunca llega a Barranquilla: Vodka Limón
Y al final, ¿eran tan malos los comunistas? Es la pregunta recurrente que los personajes de la película armenia Vodka limón se hacen unos a otros mientras luchan incansablemente por sobrevivir en una de las regiones más pobres y más castigadas de la antigua Unión Soviética. La gentil tragicomedia de Hiner Saleem lleva por protagonista a un viudo sesentón que reencuentra el amor en... un cementerio, pero también es la historia de un pequeño y remoto pueblo sepultado en la nieve, donde lo real y lo irreal coexisten en aparente armonía.
El filme de Saleem, atmosférico y excéntrico al mismo tiempo, inicia con la absurda imagen de un músico al que remolcan por un camino subido en su propia cama para que pueda tocar en un funeral. Aquí nos encontramos con Hamo (Romen Avinian), un exsoldado en retiro que se ve obligado a subastar sus pocas posesiones para ahuyentar al hambre. Al morir su esposa, su última esperanza radica en su hijo, quien vive en Francia. Sus diarias visitas al camposanto local toman un giro inesperado cuando se encuentra con Nina (Lala Sarkissian), una atractiva viuda que realiza exactamente el mismo recorrido todos los días.
Como historia, podríamos escribir tranquilamente la totalidad de ésta en el reverso de una estampilla postal, pero, por fortuna, Saleem rodea a sus protagonistas de una colorida galería de locos, entre ellos, la peculiar pareja que compra casi todo el guardarropa de Hamo, sólo para encontrarse ante la dificultad de trasladarla hasta su propia casa, o el otro hijo de Hamo, quien compromete a su propia hija en matrimonio por puro interés, o el misterioso jinete que cruza por varias escenas sin explicación alguna.
Pero el verdadero protagonista del filme es el abrupto y montañoso paisaje: una tierra de maravillas nevadas que deja al espectador pasmado (y helado). Ante ésto, la verdadera maravilla es que el director, a semejanza de Aki Kaurismäki, es capaz de encontrar que la raíz de la empatía humana y la bonhomía propulsada por el alcohol prosperan en un entorno tan adverso y melancólico.
De tal manera, desde otro casi desconocido rincón de la ex URSS llega hasta nuestras pantallas este singular drama casi libre de diálogos, hermano de los trabajos del georgiano Otar Iosseliani y del ya mencionado Kaurismäki. En la Armenia rural post-soviética, el único lujo es el vodka y la única manera de pasar el tiempo libre (casi todo, al no existir trabajo) es sentarse a observar el paisaje en sillas de jardín, a pesar del atroz clima. En un entorno tan vacío, tan brillante y tan blanco a causa de la nieve omnipresente, todo objeto humano parece venido de otro planeta: Una cama de hospital, un piano, y hasta las tumbas ante las que dos viudos construyen su original e improbable romance. El filme consigue envolver al espectador en su inquietante ritmo, y logra poner a Armenia en el mapa cinematográfico de hoy.
Neil Smith
BBC Films
Las insólitas tribulaciones de un viudo de aldea
Al tiempo que mantiene un sólido balance entre Kaurismäki and Paradjanov, este filme armenio sobre un pueblo de montaña perdido en el caos post-soviético, con su desolado cementerio, su único autobús y dos sexagenarios que encuentran el amor entre las ruinas constituye una bendita maravilla. Exploración de la vida en la empobrecida orilla de la nada, la película de Hiner Saleem inmediatamente consigue establecer su ruda y atemperada sensibilidad en el espectador. El pueblo sobrevive gracias a la venta de las posesiones (a veces valiosas, y a veces sin valor alguno) de sus habitantes, las que incluyen hijas casaderas, por lo que el arribo desde Francia de una carta que supuestamente contiene una pequeña fortuna, es la causa de la ansiedad de todos los habitantes. Cuando se le pregunta a un personaje por qué el aguardiente local lleva la etiqueta "vodka limón" si no es vodka y sabe a almendras, la respuesta es: "así es Armenia".
Saleem, kurdo iraquí afincado en París, muestra el oficio visual y el dominio de los sutiles ritmos de la comedia propios de un viejo maestro, y es capaz de sacarle partido al espacio fuera de pantalla, a las composiciones aparentemente inexpresivas y a una serie de arriesgados juegos visuales, mientras conserva una absoluta fidelidad a la luz y al paisaje reales de la región. Desde la primera secuencia, misma que muestra una cama de hospital arrastrada por un camino nevado hasta un funeral (el actor Romen Avinian es heroico como el atribulado protagonista), la cinta hace que la elocuencia cómica parezca cosa fácil de alcanzar.
Desarticulada y hasta árida durante su primera media hora, Vodka limón logra cuajar justo a tiempo en algo muy difícil de clasificar pero que resulta muy efectivo. Estructurada como una colección de viñetas, la película se mueve sin dificultad en un terreno casi surrealista de la primera hasta la última toma, en la que la música actúa como una especie de elemento catártico, Saleem confía en el minimalismo tanto como en el poder del absurdo, y la mezcla de estos dos elementos resulta muy propositiva. Podríamos decir que Saleem consigue, en ciertos momentos, sentar las bases de una narrativa original, muy propia de los nuevos tiempos. Con un título como Vodka limón y a la vista de las locaciones cubiertas de interminables capas de nieve, el espectador desprevenido podría pensar que este filme es otra producción Mosfilm, pero no es así. La cinta, a pesar de mostrar un entorno azotado, más que por el clima, por una condición económica desesperada, es más Beckett que Chejov: los personajes siempre cargan en sus trineos una o dos sillas portátiles, pero no para descansar en ellas, sino para utilizarlas como tribuna en caso que un interminable debate informal surja por allí (cosa que, en efecto, es harto frecuente). En resumen, Vodka limón es un trabajo fascinante que logra desarmar la miseria existencial mediante el humor, sin trivializar ningún suceso ni persona. De hecho, podemos encontrar una cierta dosis de alegría en el filme, aunque tengamos que buscarla con microscopio.
Village Voice
Referencias
La dirección de fotografía corrió a cargo de Christophe Pollock (Elogio del amor).
Fue producida por Dulciné Films (Francia), Arte France Cinéma (Francia), Sintra (Italia), Amka Films (Suiza), Paradise (Armenia) y Cinefacto (Francia).
Ganó Consiguió el Premio San Marco en el Festival de Cine de Venecia 2003, donde se presentó dentro de la sección Contracorriente.
Otros premios: Festival Internacional de Cine de Newport Beach, Estados Unidos, 2004: Premio a mejor actor de comedia.
Nacionalidad Francia-Italia-Suiza-Armenia
Género Comedia
Duración 84 m.
T. original Vodka lemon
Dirección Hiner Saleem
Intérpretes Romik Avinian (Hamo), Lala Sarkissian (Nina), Ivan Franek (Dilovan), Rouzanne Mesropyan (Zine), Zahal Karielachvili (Giano)
Guión Lei Dinety, Hiner Saleem, Lei Dinety
Fotografía Christophe Pollock
Música Michel Korb, Roustam Sadoyan
Montaje Dora Mantzoros Crítica, sinópsis y fotografías tomados de geocities
Tócala de nuevo..., bizarro y medias hermanas
Medias hermanas
Un asunto que no pierde vigencia
Hace unos años solo había una ruta para transportar la droga (costa atlántica colombiana-Cayo Norman-, el de Carlos Lehder, en las Bahamas, -costa de la Florida). Hoy debe hablarse en plural, con escalas tan improbables como Santiago de Chile, Hong Kong o Alaska. Y así como se han multiplicado las rutas, lo mismo ha pasado con los intermediarios, los funcionarios, algunos banqueros irresponsables –léase lavadores de dólares- los congresistas y hasta algunos presidentes untados de dinero del narcotráfico, precisamente por la manera como este se combate: usando la represión y no el control. El verdadero control. Aunque se ha permitido el porte de dosis personal en algunos países como Colombia, o en ciudades de Estados Unidos, y el cultivo de coca en pequeñas cantidades para que los indios del Perú y Bolivia continúen con su centenaria tradición de mascar la hoja de esa planta, tales medidas despenalizan el consumo, sin controlar el tráfico, lo que equivale a prohibir la venta de esclavos, pero no su compra.
El único camino viable para combatir este problema parece ser la legalización. El valor agregado de la cocaína, cuya producción es tan fácil como, por ejemplo, la del azúcar, está en los peligros de cárcel, de asesinato o de muerte, se esto último excesivo consumo o por intoxicación de las “mulas”, y, obviamente en los sobornos que encubren cualquier negocio ilegal: si los peligros desaparecen ese valor agregado se vendría al suelo y con aquel el precio, los homicidios, los propios sobornos, el temor a caer preso, y hasta la tala salvaje de bosques para sembrar coca. ¿Quién sobornaría para sacar del país una tonelada de cocaína que costara setecientos mil pesos? ¿Algún campesino abandonaría su sano cultivo para obtener una paga ridícula por cosechar coca? ¿Quién mataría a un juez por cinco libras de polvo cuyo precio fuera de cinco dólares?
Con su carácter ilegal, el mal que la droga hace a la sociedad va desde la corrupción del congreso y la policía a la imagen deprimente que hoy muestra el otrora saludable y admirado Kid Pambelé. El mal que hace al organismo está allí, sin importar que su comercio sea o no legal. Si fuera legal podría ejercerse sobre él algo así como un control de calidad, que hoy, por obvias razones, no existe, como reemplazo a la adulteración inescrupulosa de los componentes que más daño hacen a los consumidores, en especial, a los jóvenes que perderían así esa atracción morbosa que hay en la búsqueda de todo aquello que se prohíbe. Permítaseme citar dos episodios históricos: la prohibición del consumo y venta de alcohol, entre 1919 y 1933 en los Estados Unidos, y la legalización de la heroína en Gran Bretaña a mediados de los años setenta. En el primer caso, no solo aumentó el consumo de alcohol, sino que se formaron, para traficar con él, terribles bandas de mafiosos que aún hoy son famosas por su barbarie (tan tristemente célebres que han inspirado famosas películas y libros y todo lo demás). En el segundo, el consumo de heroína disminuyó, y el único efecto secundario, que fue el de la llegada de los muchos jóvenes a la Gran Bretaña, provenientes de Estados Unidos y el resto de Europa con el fin de conseguir fácilmente la droga allí legalizada, se debió sencillamente al carácter local, y no universal, de su legalización.
Legalidad es lo que hace exageradamente lucrativo el negocio del tráfico de droga. Ahora bien: ¿quiénes son los principales interesados en que esta situación permanezca así? En primer lugar, como es obvio, los narcotraficantes, que con el fabuloso poder que logran alcanzar llegan a sentirse poco menos que emperadores (del crimen, pero emperadores al fin); en segundo lugar, los banqueros que lavan dólares, que no son todos, y en tercer lugar, algunos gobiernos, que detrás de una cortina de humo levantada sobre una falsa moral, utilizan la prohibición como pretexto para satisfacer deseos de dinero y poder que van desde simples sobornos hasta invasiones militares y el ascenso a la presidencia de un país subdesarrollado y corrupto.
Dice, ya para terminar, el paladín de la legalización de la droga en el periodismo colombiano, Antonio Caballero: “El cultivo de la coca ni es difícil, ni es costoso ni exige mucho trabajo. El café, por ejemplo, que requiere mejores tierras y exige más insumos y más trabajo, cuesta en el mercado internacional un dólar la libra (dos dólares, cuando hay bonanza). La cocaína cuesta hoy, puesta en los Estados Unidos, quince mil dólares la libra, Quince mil veces más. La razón de la diferencia es una sola: que el tráfico de la cocaína está prohibido y el del café no. la droga no es peligrosa porque sea dañina, sino porque es cara. Y es acara no porque exija sabiduría, tradición y esfuerzo, como la champaña; ni porque sea escasa, como el caviar; ni difícil de producir, como el plutonio; ni irrepetible, como un cuadro de Van Gohg. Al contrario: es cara porque, a pesar de que producirla es tan fácil y barato como producir azúcar, es ilegal. Y en consecuencia genera colosales beneficios, y en consecuencia un poder desmesurado que , como encima es ilegal, da una altísima peligrosidad social a quien lo tiene. Mientras el negocio siga siendo ilegal, no importa cuantos narcotraficantes sean encarcelados o muertos, sus herederos serán tanto o más poderosos que ellos”.
Curiosidades del lenguaje políticamente correcto
Mentiroso: individuo con un concepto distinto de la realidad.
Homosexual: persona con preferencia sexual alternativa.
Viejo: alguien cronológicamente privilegiado.
Preso: huésped del sistema penitenciario
Drogadicto: persona con preferencia farmacológica no convencional.
Vago: estudiante desposeído de motivación.
Gordo: persona con peso corporal superior al promedio.
Ignorante: ciudadano desprovisto de una base de conocimientos esenciales.
Calvo: hombre con disminución de la densidad capilar.
Tartamudo: glotoreiterativo.
Todas las mujeres llegan a ser como sus madres, esa es su tragedia. Stendhal.
Quién pudiera caer en los brazos de una mujer sin caer en sus garras. Ambrose Bierce.
El primero que comparó la mujer a una flor fue un poeta; el segundo un imbécil. Voltaire.