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La Cuestión se origina en Barranquilla, Caribe colombiano
sábado, septiembre 10, 2005
 
La experiencia de fumar puros

Uno de los mayores placeres de la vida

Por Marvin R. Shanken*


Los cigarros (puros) hacen posible disfrutar de una experiencia verdaderamente única. Para empezar, porque son muy pocas las variedades de tabaco, que se usan para su elaboración, cuyo cultivo y añejado suelen ser extremadamente cuidadosos. Además el procesote fermentación de las hojas hace que estas pierdan gran parte de la nicotina. Los puros están diseñados para arder a temperaturas muy bajas, es decir, el tabaco no debe carbonizarse ni calentarse en exceso no se quiere que pierda su suavidad. Ya de por sí, el humo templado contribuye decisivamente a hacer que el fumar un buen puro sea una experiencia sumamente agradable.

Como ocurre con la comida y el vino, las papilas gustativas de la lengua, y, en menor medida, el paladar, son las encargadas de percibir los sabores del humo. Aunque los cuatro sabores básicos sean el dulce, agrio, salado y amargo, el humo de los puros suele presentar una variedad infinita de ellos, por lo que no debe sorprender que para describirlos se emplee un vocabulario similar al que se usa para la alta cocina y los buenos vinos y licores: además de los cuatro mencionados también se dice de un cigarro que es ácido, áspero, suave, fuerte, con cuerpo, rico y equilibrado. Algunos catadores, incluso, utilizan términos más pomposos, como meloso, trascendente y opaco.

Un mismo puro puede presentar varios matices de sabor, y cada uno de ellos, a su vez, poseer su propio cuerpo e intensidad, haciendo que cada bocanada tenga su propio gusto inicial y su regusto; además, cada puro cambia su sabor a medida que se fuma. Asimismo, se pueden lograr variaciones si se degustan determinadas comidas o se disfruta de ciertos licores al tiempo. Pero, aparte del sabor, los puros se pueden disfrutar también con el olfato, el tacto y la vista. En definitiva todo un cúmulo de placeres que mantendrán hechizado toda una vida.

El arte de fumar puros es una actividad reposada, a la vez vinculada con cierta elegancia. Fumar correctamente nos permite relajarnos, por muy ajetreado que sea nuestro día a día. La respiración acompasada del aficionado al puro se ha comparado con la de quines practican meditación profunda; al igual que esta, fumar puros libera nuevas energías. Notará que le estimulan, agudizan sus sentidos e intensifican la sensación de bienestar.
El arte de fumar puros

Llévese el puro encendido a los labios y, antes de dar la primera bocanada, sople a través del mismo para expulsar cualquier sabor desagradable producido por el encendido. Hecho esto, llene su boca con el humo frío y reténgalo sin inhalarlo. Retire entonces el puro de la boca, paladee con detenimiento el humo y suéltelo lentamente. Espere unos instantes antes de dar la siguiente bocanada. No es recomendable mascarlo o sostenerlo entre los dientes mientras esté realizando otra actividad, ya que podría mojarse, aplastarse y perder el buen tiro, algo desagradable tanto para la vista como para el paladar.

No tenga reparos en dejarlo de cuando en cuando en el cenicero: siempre que le dé una chupada aproximadamente cada minuto, un buen cigarro no debería apagarse. ¡Sonría: está disfrutando de uno de los mayores placeres de la vida!

Cuando lo haya acabado, no lo aplaste en el cenicero como si fuera un cigarrillo, ya que los restos de alquitrán darán mal olor. Déjelo simplemente en el cenicero, se apagará por sí mismo sin desprender más humo. Eso sí, procure deshacerse cuanto antes de la colilla para que no queden olores persistentes.

* Puros. Manual para sibaritas

 
La temperatura del vino
¿Cuál es la temperatura ideal para el servicio de los vinos?

Por Luis Vida Navarro*

El tópico que dice que debe servirse "el blanco frío y el tinto a temperatura ambiente" hace que miles de botellas se beban cada día heladas o -lo que es peor- infernalmente convertidas en "caldos" (del latín "calidum": caliente). Sin embargo, si nos dejásemos llevar por el sentido común obtendríamos mejores resultados y más placer de nuestros vinos. Debemos tener en cuenta lo que es el vino en sí: zumo de uvas fermentado. Como fruta que es, la temperatura fresca lo hace agradable. Debemos intentar, por tanto, que la sensación de los diferentes vinos al entrar en la boca sea, al menos, ligeramente refrescante.

¿Qué temperatura es ésta? Pues puede variar ligeramente según el ambiente externo y la época del año: una temperatura que nos puede parecer fresca en verano no lo sería tanto en el invierno, quizás. Así que debemos permitir una cierta banda de variabilidad estacional y, tal vez, tener presente las diferentes temperaturas de los alimentos que tomaremos con los vinos: no será igual acompañar un potaje bien caliente que un 'carpaccio'.
Revisaremos en este artículo cuáles son los factores a tener en cuenta a la hora de decidir las mejores temperaturas para el servicio y las maneras ideales de conseguirlas.
Los máximos permisibles...
Existen, a este respecto, unas leyes físicas bastante absolutas. La que hace referencia a la temperatura más alta admisible es la presencia en todos los vinos de acetaldehído o etanal. Este producto -relacionado con el etanol o alcohol etílico, como su mismo nombre sugiere- es un producto inevitable de la fermentación, por lo que está en todos los vinos. Su olor es alcohólico -"vinoso"- y oscurece los matices aromáticos más nobles; es el aroma dominante que buscan aquellos que beben sus tintos calientes, "a temperatura ambiente", o el de aquellos que calientan la copa de brandy con una vela para que al primer golpe se evapore la mayor cantidad posible de etanal.
Este compuesto se volatiliza a 21º C, umbral en el que se hará notar, tapando otros aromas más sutiles. Por ello, deberemos servir los vinos -como máximo- a unos 18-19º C, al menos si estamos en un comedor actual, cuya temperatura no suele bajar de unos 23-25º C; el vino subirá rápidamente un par de grados en cuanto esté en la copa. Otra cosa sería si nos bebemos una botella en la montaña, entre la nieve...
El término "temperatura ambiente" o "chambré", que muchos toman como dogma, se acuño en Francia en siglos pasados, cuando no existían calefacciones centrales y las botellas se guardaban en frías bodegas subterráneas. Difícilmente se podrían beber los vinos recién subidos; antes había que templarlos ligeramente en el comedor, cuya temperatura raramente iba a pasar de 17 o 18 grados. Y así es cómo una norma sensata se ha desvirtuado por atenerse a la letra y no al espíritu del asunto.
... y los mínimos
La temperatura más baja razonable para un vino viene dada por la naturaleza de sus aromas, su contenido en azúcar y por su estructura tánica, si bien para casi todos ellos se considera que unos 4º-5º C podría ser el límite inferior; por debajo de esta temperatura, los aromas pierden fuerza y expresividad. Lo sentimos por los amantes de los cavas y blancos helados, pero el sorbete de vino es menos aromático que el vino en sí...
Los vinos más ricos en aromas frutales y florales -que son los más fácilmente volátiles incluso a bajas temperaturas- se pueden tomar razonablemente frescos, apenas unos pocos grados por encima de este límite. Por el contrario, los aromas de madera, los tostados, los de crianza y los de reducción y desarrollo en botella son algo más esquivos, y no se perciben con claridad a temperaturas bajas. Habrá, por tanto, que tomar los blancos y rosados que hayan pasado por barrica y botella algo menos frescos, tal vez en la franja que va entre los 10º y los 12-14º C.
No he incluido tintos en este apartado por sus taninos, los cuales, si se sirve el vino demasiado fresco, aumentan su astringencia y sabor amargoso. Esta es la verdadera razón por la que no se sirven tan frescos como los blancos; deberemos servirlos a unas temperaturas superiores a los mencionados 10-14 grados para conseguir su mejor tacto y equilibrio.
Eso sí: los tintos más directamente frutales, sencillos y menos tánicos -como muchos de los que elaboran por maceración carbónica (pero no todos, también los hay muy tánicos y estructurados)- pueden servirse a estas temperaturas y ello reforzará su encanto frutal. Los tintos más robustos, ricos en tanino y de mayor complejidad aromática, con notas de crianza, deberán servirse por encima de los 14-15º C y hasta los mencionados 17º-18º C, dependiendo de nuestros gustos, del entorno y de su estructura y aroma. Observen estas temperaturas y comparen con los 23º-24º grados de las copas en cualquier restaurante con buena calefacción...
Los vinos ligeros de aperitivo, como los cavas brut y los finos y manzanillas están bien como si fuesen blancos de crianza y media estructura, es decir, en torno a unos 7-10º C. Otros vinos generosos de aperitivo, como los amontillados y olorosos, están mejor algo menos frescos, situándolos en la franja de temperatura propia de los blancos más complejos y con más crianza: en torno a los 12-14º C.
Los vinos de postre son un mundo aparte de gran riqueza y complejidad; es muy difícil dar leyes válidas, pues cada uno debe ser valorado individualmente. Aún así, es importante que nos olvidemos de la dichosa "temperatura ambiente" y que busquemos un equilibrio basado en sus diversas sensaciones: si tienen o no crianza, cual es su riqueza tánica (en el caso de los tintos dulces) o su contenido en azúcares. Vinos que resultan empalagosos a altas temperaturas armonizan mejor sus rasgos si van algo más frescos.
Tal vez los vinos de postre más ligeros y sencillos (como cavas dulces o semisecos, tintos abocados o blancos jóvenes amables) puedan servirse bastante frescos (sobre los 5º C ó así) aunque dejemos la cuasi congelación para los aguardientes de frutas... muchos de cuyos verdaderos aficionados los prefieren frescos. Por su parte, vinos de postre más complejos (moscateles viejos y dorados, rancios de garnacha mediterránea, pedro ximénez) deben servirse a temperatura algo más alta, tal vez como si fuesen blancos con crianza o tintos de media estructura. Y, en el caso del Oporto, su temperatura vendrá dada por su estructura y taninos; un buen vintage requiere ser servido como tinto tánico y corpulento, mientras que un tawny de 10 ó 20 años se debería tomar más fresco, tal vez como si fuese un amontillado u oloroso.
Los mesoneros
Pero, claro, la "temperatura ambiente" es muy cómoda para el tabernero y el restaurador, que no tienen que preocuparse nada más que de tener una cámara con blancos, rosados, finos y cavas, mientras que los tintos están almacenados por ahí, a la temperatura que haga. Tampoco las casas comerciales (bodegas elaboradoras, fabricantes de muebles climatizadores...) parecen especialmente interesadas en mejorar el servicio de los vinos. Yo me he puesto personalmente en contacto con algunas de ellas para explicarles las necesidades de la mayor parte del gremio: algo tan simple como un mueble pequeño y cómodo que permita tener unas cuantas botellas de tinto de pie (las que estén abiertas para el servicio de copas en barra) y algunas más tumbadas, para el servicio de las mesas.
No estoy hablando de un armario de conservación de vinos, que resultará útil siempre en el restaurante y en el domicilio particular, pero que es costoso y de cierto tamaño; me refiero a algo mucho más simple, a un accesorio que debería estar en las barras de todos los bares: una simple vitrina a 15º C, por ejemplo, con capacidad para 15 ó 20 botellas bien visibles, algunas de ellas de pie.
Entre tanto habrá que seguir pidiendo que los tintos sean refrescados en la mesa, en cubitera de agua con algunos hielos. Este método es el más rápido y fiable, pues la nevera -que también se puede usar con moderación- es más lenta, al enfriar por aire. Si el agua del grifo sale fresca (como en invierno) apenas habrá que poner dos o tres cubitos de hielo flotando en ella; una botella que esté a temperatura de comedor estará bien para tomar en apenas diez minutos. Si es en verano y el agua no está tan fresca, se pueden poner -por ejemplo- 2/3 de agua y 1/3 de hielos.
Incluso si el tinto está infernalmente caliente, a "temperatura chiringuito", puede estar listo en este plazo si añadimos al agua un puñado de sal gorda, que acelera la velocidad del enfriado. No hay que tener vergüenza de solicitar la cubitera, incluso si hay reticencias por parte del personal de servicio del restaurante. La única forma de cambiar los malos hábitos es empezar con ello ya.
Si estamos en algún sitio en el que no podemos disponer de cubitera, pero hay una nevera, deberemos prever el servicio del vino con cierta anticipación y tener en cuenta que cada nevera tiene unas temperaturas, por lo que no es un método muy fiable. El congelador no es muy recomendable: a diferencia del agua fría de la cubitera, que no va a bajar de 0º, éste puede producir mucho más frío y convertirnos el vino en un témpano, si nos descuidamos. Es preferible usar la parte baja de la nevera, en la que tendremos que introducir el vino de media a una hora antes.

Con la práctica veremos que tocar la botella con la mano, y llevar un poco de vino a la boca, son los métodos más fiables y seguros para saber si está a su temperatura ideal. Pero antes será necesario educarse en ello, por lo que un termómetro de vinos es un utensilio importante para el aficionado. Con el tiempo y el rodaje lo podremos ir utilizando sólo esporádicamente y sabremos con un simple trago si el vino está correctamente servido.
Y un último consejo: para cualquiera que piense que esto son minucias y que, si el vino es bueno, cualquier temperatura vale, que haga la siguiente prueba: que ponga dos botellas de unos de sus tintos favoritos, una a temperatura ambiente y la otra a sus ideales 15-18º C. Después, que invite a algunos amigos a probar los vinos a ciegas para determinar si son el mismo o diferentes vinos, pidiéndoles después su valoración de ellos; los resultados le sorprenderán.
Y conozco bien el caso: un sumiller amigo, que llevaba años sirviendo a un cliente una determinada marca y añada a unos 24º C, a petición de éste, le propuso un día catar a ciegas un vino nuevo y sorprendente. El cliente quedó entusiasmado y dijo que, sin duda, el nuevo tinto era muchísimo más complejo y equilibrado. Tras lo cual, se desveló el pequeño engaño: era la misma botella servida a 16º C...
*elmundovino

 
Carta de Manuela
Apartes de una carta de Manuelita Saez a su esposo, el adinerado inglés James Thorne. Sobran los comentarios:

“¡No, no, no, no más, hombre por Dios! ¿Por qué hacerme usted escribir faltando a mi resolución? Vamos, ¿qué adelanta usted sino hacerme pasar por el dolor de decirle a usted, mil veces, no? Señor, usted es excelente, es inimitable, jamás diré otra cosa sino lo que es usted; pero, mi amigo, dejar a usted por el general Bolívar, es algo; dejar a otro marido sin las cualidades de usted, sería nada".
“Y usted cree que yo, después de ser la predilecta de este general, por siete años, y con la seguridad de poseer su corazón, prefiera ser la mujer del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo o la Santísima Trinidad? Si algo siento es que no haya sido usted algo mejor para haberlo dejado. Yo sé muy bien que nada puede unirme a él bajo los auspicios de lo que usted llama honor. ¿Me cree usted menos honrada por ser él mi amante y no mi marido? ¡Ah! Yo no vivo de las preocupaciones sociales, inventadas para atormentarse mutuamente".

“Déjeme usted, mi querido inglés. Hagamos otra cosa; en el cielo nos volveremos a casar, pero en la tierra, no. ¿Cree usted malo este convenio? Entonces diría yo que era usted muy descontento. En la Patria Celestial pasaremos una vida angélica y toda espiritualidad (pues, como hombre usted es pesado). Allá todo será a la inglesa, porque la vida monótona está reservada a su nación (en amores, digo, pues en lo demás, quiénes más hábiles para el comercio y la marina?). El amos les acomoda sin placeres; la conversación, sin gracia, y el caminado, despacio; el saludar, con reverencia; el levantarse y sentarse, con cuidado; la chanza, sin risa; estas son formalidades divinas, pero yo, miserable moral que me río de mi misma, de usted y de esas seriedades inglesas, ¿Qué mal me iría en el cielo! Tan mal como si fuera a vivir en Inglaterra o Constantinopla, pues los ingleses me deben el concepto de tiranos con las mujeres aunque no lo fue usted conmigo, pero sí más celoso que un portugués. Eso no lo quiero yo: ¿no tengo buen gusto?"
“Basta de chanzas: formalmente y son reírme, con toda la seriedad, verdad y pureza de una inglesa, le digo que ‘no me juntaré con usted’, anglicano y yo atea es el más fuerte impedimento religioso; el que estoy amando a otro mayor y más fuerte. ¿No ve usted con qué formalidad pienso?"
“Su invariable amiga, Manuela
(Tomado de "Bolivar" de Indalecio Liévano Aguirre)

 
Los cuadernos de Juan Mostaza (septiembre)

Raro optimismo

A propósito de la muletilla “conozca a Barranquilla antes de que se acabe”, acomodada según él a esa ciudad, afirmó categóricamente el pasado 19 de septiembre el columnista Armando Benedetti, al que procuramos no dejar de leer ni en “El Tiempo” ni en “El Heraldo”, que Barranquilla no se acabó. Digamos más bien que no se acabó, pero parece siempre estar al borde de acabarse. La profusión de augurios optimistas del señor Benedetti en su columna, ya veremos algunos, vienen a ser directamente proporcionales a la magnitud de un cuestionamiento que a la vez permite casi parafrasear al ex ministro: ¿tampoco se acabó la corrupción?

De ese asunto tan delicado hay tanto material disponible que no voy a referirme, sino brevemente al drama de los arroyos urbanos, uno de los asuntos más sensibles en la tragedia de la autodestrucción de Barranquilla. Por cuenta de ellos, algo aproximado a un “bogotazo”, que logró paralizar a Bogotá por una vez en todo un siglo, ocurre aquí varias veces al año cuando llueve de manera importante: la ciudad se paraliza convertida en un gigantesco alcantarillado pluvial a cielo abierto. Los barranquilleros entonces miran impotentes desde sus ventanas el espectáculo que postra a la ciudad. Mientras tanto, los negocios dejan de vender, ocurren destrozos de toda índole y mueren personas.

Hablando del espacio público, el aspecto que presenta la ciudad, salvo en algunos trayectos de esa parte de ella a la que jocosamente se conoce como la “Miami de mentiras”, que incluye parte del barrio El Prado con su señorío, es sencillamente deprimente. Tantas y tan profundas cicatrices, tantas evidencias de un prolongado abandono no son sino el producto de la acumulación de años de corrupción y desidia administrativa.

La ineptitud de la dirigencia política, y el desgreño llegaron a un punto tal que han debido algunas fundaciones amigas de la ciudad “adoptar” huecos y taparlos para disimular un poco la vergüenza que son las calles de Barranquilla. El aspecto de la ciudad, salvo en algunos sectores, muy pocos, refleja un atraso bestial: por dar solo algunos ejemplos, las zonas verdes son prácticamente inexistentes, la arborización es caótica, el escasísimo mobiliario urbano da grima, muchísimas aceras han sido estropeadas y permanecido así por años, los separadores se pierden en la maleza que los cubre, etc.

En materia de parques, que al lado del transporte público son quizá el espejo del alma de una ciudad y el parte más inmediato de su grado de bienestar, además de que hablan bastante claro de la estirpe de sus gobernantes, si a Bucaramanga se le conoce como la “ciudad de los parques” a esta, la nuestra, bien podría llamársele la “ciudad sin parques”: verdaderos fantasmas raquíticos abandonados a su suerte. Ese triste aspecto de orfandad que ofrecen revela de inmediato que la mano humana no se ha asomado para embellecerlos en varios lustros. No es gratuito que imágenes imperecederas de esos espacios sean las ruinas de las características viejas bancas de cemento, fracturadas hace muchísimos años.

El centro de Barranquilla, el “Calcuta de verdad”, es un verdadero desafío para la cordura en pleno siglo XXI. No puede ser otra la conclusión después de internarse en ese caótico enclave rabiosamente tercermundista, de calles prácticamente en escombros, de arborización casi nula, invadida por vendedores ambulantes, a veces tan apretujados como dueños del espacio público que a las aceras que ocupan no llega la luz del sol. Los vestigios de cierta exquisita arquitectura de antaño cayeron en manos de cualquiera y son ahora damas alicaídas disfrazadas con los atavíos de la pauperización. Indignado ante el aberrante panorama del centro, he llegado a pensar de él que en muchos tramos y a ciertas horas del día es lo más parecido a lo que debe ser el infierno.

(La opinión de Ernesto Mac Causalnd en El Heraldo de septiembre 23 no puede ser más pertinente: ahora sí, después del huracán que despedazó a New Orleans, puede decirse de ella que se parece a Barranquilla).

¿Quién dice que no puede atribuirse semejante tragedia, la de Barranquilla, claro, relatada hasta aquí solo de manera parcial, al virtuosismo administrativo de los gobernantes que por aquí han pasado en los últimos 35 años?

Sin embargo, afirma con alborozo Benedetti: ”en el nivel distrital se acaba de adjudicar el primer tramo del segundo anillo circunvalar, parte de un plan de inversiones, en su primera fase, de más de 250.000 millones de pesos”.

Y agrega: “…no basta con destacar que casi todo será financiado por el Gobierno nacional (…) Más de 500.000 millones de pesos están garantizados para inversiones efectivas (…) El Gobierno nacional destinó 80 mil millones para cofinanciar un alcantarillado que conducirá esos desechos (gran parte de las aguas servidas) (…) invertirá cerca de 250.000 millones de pesos más en obras en Bocas de Ceniza y el canal navegable (…) financiará también el 70 por ciento (170 mil millones de pesos) de la construcción del Transmetro”.

Tanto dinero junto desbordó el optimismo del columnista. En mi caso, y estoy seguro que en muchos más, la noticia generó mucho pesimismo y cierto pánico. Porque los manojos de ejemplos se cuentan por millares. La calle treinta fue reparada, robada y vuelta a robar, n mil veces. La misma circunvalar fue en cierta época una verdadera trocha después de inversiones multimillonarias. El estadio Metropolitano ya comenzó a derrumbarse y carga con un muerto por esta razón. La Central de Abastos, un monstruo de más de 20 millones de dólares, con algo más de veinte años, está al borde de la liquidación, por no impedir la administración que los comerciantes mayoristas despacharan desde la ciudad.

Los ejemplos de corrupción coparían varios tomos. Me encuentro uno sin preponérmelo apenas echo un vistazo a la prensa del día mientras redacto estas líneas: “Embolatados millonarios pagos a EDT. En la última semana de mayo de 2004, usuarios de la liquidada empresa pagaron unos 800 millones de pesos, pero el dinero no aparece consignado” (El Heraldo, edición de septiembre 21 de 2005).

Me creerá el lector que no pretende ser esta una filípica antibarranquillera. Los fines son algo más altruistas. Ante la proximidad de varios millones de dólares de inversiones para el progreso, me pregunto ¿algún fundamento de peso actualmente revoca el presentimiento de que la corruptela de la ciudad no acabará por destruir el sueño a que da pábulo tanto dinero?

Señores optimistas, apacigüen sus ánimos. No lo olviden: Barranquilla, como Cartagena y tantas otras, es una ciudad maniatada por la corrupción. Y la corrupción es de tal magnitud que ha alcanzado un blindaje casi infalible. Aquel dinero para el progreso ya debe estar repartido.


 
Cine: lo que nunca llega a Barranquilla: Vodka Limón

Sinopsis
Viudo y padre de tres hijos, Hamo sobrevive en la precariedad absoluta. Un armario, una televisión y un uniforme militar son sus últimas posesiones. Junto a él habita uno de sus vástagos, un haragán bueno para nada. Su hija menor ha muerto y el segundo descendiente emigró a Francia. Cuando una carta de éste llega desde París, todo el pueblo se entera y agita. Un rumor corre como el viento entre la comunidad: la carta contiene una pequeña fortuna en dólares, lo que dista de ser cierto. Sin embargo, Hamo no parece preocuparse frente al desastre: ha encontrado de nuevo el amor en Nina, singular mujer a la que conoce en el cementerio local.
Una colorida galería de excéntricos

Y al final, ¿eran tan malos los comunistas? Es la pregunta recurrente que los personajes de la película armenia Vodka limón se hacen unos a otros mientras luchan incansablemente por sobrevivir en una de las regiones más pobres y más castigadas de la antigua Unión Soviética. La gentil tragicomedia de Hiner Saleem lleva por protagonista a un viudo sesentón que reencuentra el amor en... un cementerio, pero también es la historia de un pequeño y remoto pueblo sepultado en la nieve, donde lo real y lo irreal coexisten en aparente armonía.

El filme de Saleem, atmosférico y excéntrico al mismo tiempo, inicia con la absurda imagen de un músico al que remolcan por un camino subido en su propia cama para que pueda tocar en un funeral. Aquí nos encontramos con Hamo (Romen Avinian), un exsoldado en retiro que se ve obligado a subastar sus pocas posesiones para ahuyentar al hambre. Al morir su esposa, su última esperanza radica en su hijo, quien vive en Francia. Sus diarias visitas al camposanto local toman un giro inesperado cuando se encuentra con Nina (Lala Sarkissian), una atractiva viuda que realiza exactamente el mismo recorrido todos los días.

Como historia, podríamos escribir tranquilamente la totalidad de ésta en el reverso de una estampilla postal, pero, por fortuna, Saleem rodea a sus protagonistas de una colorida galería de locos, entre ellos, la peculiar pareja que compra casi todo el guardarropa de Hamo, sólo para encontrarse ante la dificultad de trasladarla hasta su propia casa, o el otro hijo de Hamo, quien compromete a su propia hija en matrimonio por puro interés, o el misterioso jinete que cruza por varias escenas sin explicación alguna.

Pero el verdadero protagonista del filme es el abrupto y montañoso paisaje: una tierra de maravillas nevadas que deja al espectador pasmado (y helado). Ante ésto, la verdadera maravilla es que el director, a semejanza de Aki Kaurismäki, es capaz de encontrar que la raíz de la empatía humana y la bonhomía propulsada por el alcohol prosperan en un entorno tan adverso y melancólico.

De tal manera, desde otro casi desconocido rincón de la ex URSS llega hasta nuestras pantallas este singular drama casi libre de diálogos, hermano de los trabajos del georgiano Otar Iosseliani y del ya mencionado Kaurismäki. En la Armenia rural post-soviética, el único lujo es el vodka y la única manera de pasar el tiempo libre (casi todo, al no existir trabajo) es sentarse a observar el paisaje en sillas de jardín, a pesar del atroz clima. En un entorno tan vacío, tan brillante y tan blanco a causa de la nieve omnipresente, todo objeto humano parece venido de otro planeta: Una cama de hospital, un piano, y hasta las tumbas ante las que dos viudos construyen su original e improbable romance. El filme consigue envolver al espectador en su inquietante ritmo, y logra poner a Armenia en el mapa cinematográfico de hoy.

Neil Smith
BBC Films

Las insólitas tribulaciones de un viudo de aldea

Al tiempo que mantiene un sólido balance entre Kaurismäki and Paradjanov, este filme armenio sobre un pueblo de montaña perdido en el caos post-soviético, con su desolado cementerio, su único autobús y dos sexagenarios que encuentran el amor entre las ruinas constituye una bendita maravilla. Exploración de la vida en la empobrecida orilla de la nada, la película de Hiner Saleem inmediatamente consigue establecer su ruda y atemperada sensibilidad en el espectador. El pueblo sobrevive gracias a la venta de las posesiones (a veces valiosas, y a veces sin valor alguno) de sus habitantes, las que incluyen hijas casaderas, por lo que el arribo desde Francia de una carta que supuestamente contiene una pequeña fortuna, es la causa de la ansiedad de todos los habitantes. Cuando se le pregunta a un personaje por qué el aguardiente local lleva la etiqueta "vodka limón" si no es vodka y sabe a almendras, la respuesta es: "así es Armenia".

Saleem, kurdo iraquí afincado en París, muestra el oficio visual y el dominio de los sutiles ritmos de la comedia propios de un viejo maestro, y es capaz de sacarle partido al espacio fuera de pantalla, a las composiciones aparentemente inexpresivas y a una serie de arriesgados juegos visuales, mientras conserva una absoluta fidelidad a la luz y al paisaje reales de la región. Desde la primera secuencia, misma que muestra una cama de hospital arrastrada por un camino nevado hasta un funeral (el actor Romen Avinian es heroico como el atribulado protagonista), la cinta hace que la elocuencia cómica parezca cosa fácil de alcanzar.

Desarticulada y hasta árida durante su primera media hora, Vodka limón logra cuajar justo a tiempo en algo muy difícil de clasificar pero que resulta muy efectivo. Estructurada como una colección de viñetas, la película se mueve sin dificultad en un terreno casi surrealista de la primera hasta la última toma, en la que la música actúa como una especie de elemento catártico, Saleem confía en el minimalismo tanto como en el poder del absurdo, y la mezcla de estos dos elementos resulta muy propositiva. Podríamos decir que Saleem consigue, en ciertos momentos, sentar las bases de una narrativa original, muy propia de los nuevos tiempos. Con un título como Vodka limón y a la vista de las locaciones cubiertas de interminables capas de nieve, el espectador desprevenido podría pensar que este filme es otra producción Mosfilm, pero no es así. La cinta, a pesar de mostrar un entorno azotado, más que por el clima, por una condición económica desesperada, es más Beckett que Chejov: los personajes siempre cargan en sus trineos una o dos sillas portátiles, pero no para descansar en ellas, sino para utilizarlas como tribuna en caso que un interminable debate informal surja por allí (cosa que, en efecto, es harto frecuente). En resumen, Vodka limón es un trabajo fascinante que logra desarmar la miseria existencial mediante el humor, sin trivializar ningún suceso ni persona. De hecho, podemos encontrar una cierta dosis de alegría en el filme, aunque tengamos que buscarla con microscopio.
Michael Atkinson
Village Voice

Referencias
La película fue rodada en Armenia y el director es el iraquí de origen kurdo Hiner Saleem (Kurdistán, 1964), que debió huir de su país en 984 para escapar de la persecución del gobierno de Sadaam Hussein. Ha vivido diez años en París.
Filmografía: Vive la mariée... et la libération du Kurdistan (1997), Passeurs de réves (2000), la producción para televisión Absolitude (2001), y Kilométre zéro (2005).
La dirección de fotografía corrió a cargo de Christophe Pollock (Elogio del amor).
Fue producida por Dulciné Films (Francia), Arte France Cinéma (Francia), Sintra (Italia), Amka Films (Suiza), Paradise (Armenia) y Cinefacto (Francia).
Ganó Consiguió el Premio San Marco en el Festival de Cine de Venecia 2003, donde se presentó dentro de la sección Contracorriente.

Otros premios: Festival Internacional de Cine de Newport Beach, Estados Unidos, 2004: Premio a mejor actor de comedia.
Festivales : Festival Internacional de Cine de Toronto, Canadá, 2003. Festival Internacional de Cine de Bangkok, Tailandia, 2004: nominación a premio Kiranee de Oro a la mejor película.
Año 2003
Nacionalidad Francia-Italia-Suiza-Armenia
Género
Comedia
Duración
84 m.
T. original
Vodka lemon

Dirección
Hiner Saleem

Intérpretes Romik Avinian (Hamo), Lala Sarkissian (Nina), Ivan Franek (Dilovan), Rouzanne Mesropyan (Zine), Zahal Karielachvili (Giano)

Guión Lei Dinety, Hiner Saleem, Lei Dinety
Fotografía Christophe Pollock
Música
Michel Korb, Roustam Sadoyan
Montaje Dora Mantzoros
Crítica, sinópsis y fotografías tomados de
geocities

jueves, septiembre 08, 2005
 
Tócala de nuevo..., bizarro y medias hermanas
"Tócala de nuevo, Sam"
Por Lucila Castro*
Escribe el periodista Ricardo García Oliveri: "De acuerdo con el texto de Héctor Zimmerman publicado el 24 de junio en la sección «Palabras», existiría la generalizada confusión de atribuir la frase «Tócala de nuevo, Sam» (Play it again, Sam) a la película Casablanca, confusión de la cual también sería víctima el mismísimo Woody Allen: «... lugares de entretenimiento y hasta un film de Woody Allen tienen por denominación ese romántico e inexistente pedido». Esto es un error, o agrega más confusión. "Vamos por partes. Primera: el «hasta» debería ser un «desde», pues antes de Woody nadie dijo nunca «Tócala de nuevo, Sam», ni nada parecido. Y como Woody ha de haber visto montón de veces ese film amado, es difícil que se haya equivocado. Segunda: la escena del film es la siguiente. Rick (Humphrey Bogart) ingresa al night club de su propiedad y encuentra a su pianista interpretando el tema que le recuerda su romance con Ilse (Ingrid Bergman), y entonces reclama: «¡Te dije que no la tocaras, Sam!» («Sam, I thought I told you never to play...»). Tercera: cuando Woody escribe Play It Again, Sam, que primero fue obra de teatro y después película (estrenada aquí como Sueños de seductor), cuyo protagonista es, ni más ni menos, Humphrey Bogart (o, más exactamente, el personaje que Bogey inmortalizó en la pantalla), le pone ese título no por error, sino como un recurso humorístico. Vaya si este resultó eficaz, que ha generado semejante confusión universal. "Que el honor de Woody Allen quede a salvo", concluye García Oliveri.

Una bizarría indeseable
"En los últimos tiempos, y con llamativa frecuencia, leo y oigo que se emplea el adjetivo bizarro con un sentido despectivo, de notorio menoscabo o desdén por el sustantivo al cual califica. Al consultar el Diccionario de la Real Academia (vigésima primera edición, de 1992) y otras dos enciclopedias de que dispongo, más actualizadas, encuentro que el significado que se asigna al vocablo es el siguiente: «1. Valiente, esforzado. 2. Generoso, lucido, espléndido». Y compruebo, además, que de él proviene bizarría, cuyas acepciones son: «1. Gallardía, valor. 2. Generosidad, lucimiento, esplendor». ¿Podría usted ilustrarme al respecto y confirmarme o desmentirme si el uso a que me refiero es tan absolutamente incorrecto como supongo o si yo desconozco algo más de lo que sospecho?", consulta Sebastián Campo.
Aunque en 2001 se publicó la vigésima segunda edición del Diccionario y la Academia sigue actualizando las entradas con vistas a la vigésima tercera, mantiene las acepciones que conocemos, lo que entendíamos cuando cantábamos: "...y, llena de orgullo y bizarría, a San Lorenzo se dirigió inmortal". La acepción a la que se refiere el lector proviene del inglés bizarre , que significa `grotesco´ o `raro´. Se oye y lee con mucha frecuencia, en boca de los jóvenes y, lamentablemente, en las páginas de muchos medios periodísticos (me explican que hay una "cultura bizarra"), pero, si llega a imponerse, va a terminar por eliminar el sentido propio de la palabra, pues la lengua no puede tolerar semejante contradicción. Y es posible que los chicos ya no canten en la escuela la marcha Mi bandera .

Medias hermanas

El día 15 se publicó una noticia sobre el fallecido príncipe Bernardo de Holanda, en la que se hablaba de dos hijas extramatrimoniales, "medio hermanas" de la reina Beatriz. Al día siguiente la expresión fue corregida en la fe de erratas, donde se aclaró que debe decirse "medias hermanas". "Me asaltó una enorme confusión -escribe la profesora Delia Malamud-. ¿No es medio un adverbio invariable? ¿No era correcta la redacción original?" A Ángel Ziadi, en cambio, no lo asaltó ninguna confusión: "Considero equivocada la corrección -dice- por cuanto medio , como adverbio de modo, es invariable en género y número". Es cierto que los adverbios son invariables en género y número, pero, en la expresión "medio hermano", medio no es adverbio sino adjetivo, ya que funciona como atributo del sustantivo hermano y concuerda con él en género y número. Debe decirse "medio hermano", "media hermana", "medios hermanos" y "medias hermanas". Por si cabe alguna duda, así lo indica, en la entrada correspondiente, el Diccionario de la Real Academia Española.
*Diario La Nación de Argentina

miércoles, septiembre 07, 2005
 
Un asunto que no pierde vigencia
EL PROBLEMA DE LA LEGALIZACIÓN

Por Carlos Rosales
Todos los medios usados hasta ahora para combatir el flagelo de la cocaína han fracasado. El consumo no hace más que crecer. Incluso en Colombia, donde creemos tener el extraño y paradójico consuelo de se procesadores y traficantes, pero no consumidores (a propósito, hasta principios de los años ochenta Colombia no producía coca, sino que se limitaba a refinar y reexportar la que venía de Perú y Bolivia, pero hoy se han encontrado plantaciones en lugares tan remotos e inverosímiles como la isla de providencia).

Hace unos años solo había una ruta para transportar la droga (costa atlántica colombiana-Cayo Norman-, el de Carlos Lehder, en las Bahamas, -costa de la Florida). Hoy debe hablarse en plural, con escalas tan improbables como Santiago de Chile, Hong Kong o Alaska. Y así como se han multiplicado las rutas, lo mismo ha pasado con los intermediarios, los funcionarios, algunos banqueros irresponsables –léase lavadores de dólares- los congresistas y hasta algunos presidentes untados de dinero del narcotráfico, precisamente por la manera como este se combate: usando la represión y no el control. El verdadero control. Aunque se ha permitido el porte de dosis personal en algunos países como Colombia, o en ciudades de Estados Unidos, y el cultivo de coca en pequeñas cantidades para que los indios del Perú y Bolivia continúen con su centenaria tradición de mascar la hoja de esa planta, tales medidas despenalizan el consumo, sin controlar el tráfico, lo que equivale a prohibir la venta de esclavos, pero no su compra.

El único camino viable para combatir este problema parece ser la legalización. El valor agregado de la cocaína, cuya producción es tan fácil como, por ejemplo, la del azúcar, está en los peligros de cárcel, de asesinato o de muerte, se esto último excesivo consumo o por intoxicación de las “mulas”, y, obviamente en los sobornos que encubren cualquier negocio ilegal: si los peligros desaparecen ese valor agregado se vendría al suelo y con aquel el precio, los homicidios, los propios sobornos, el temor a caer preso, y hasta la tala salvaje de bosques para sembrar coca. ¿Quién sobornaría para sacar del país una tonelada de cocaína que costara setecientos mil pesos? ¿Algún campesino abandonaría su sano cultivo para obtener una paga ridícula por cosechar coca? ¿Quién mataría a un juez por cinco libras de polvo cuyo precio fuera de cinco dólares?

Con su carácter ilegal, el mal que la droga hace a la sociedad va desde la corrupción del congreso y la policía a la imagen deprimente que hoy muestra el otrora saludable y admirado Kid Pambelé. El mal que hace al organismo está allí, sin importar que su comercio sea o no legal. Si fuera legal podría ejercerse sobre él algo así como un control de calidad, que hoy, por obvias razones, no existe, como reemplazo a la adulteración inescrupulosa de los componentes que más daño hacen a los consumidores, en especial, a los jóvenes que perderían así esa atracción morbosa que hay en la búsqueda de todo aquello que se prohíbe. Permítaseme citar dos episodios históricos: la prohibición del consumo y venta de alcohol, entre 1919 y 1933 en los Estados Unidos, y la legalización de la heroína en Gran Bretaña a mediados de los años setenta. En el primer caso, no solo aumentó el consumo de alcohol, sino que se formaron, para traficar con él, terribles bandas de mafiosos que aún hoy son famosas por su barbarie (tan tristemente célebres que han inspirado famosas películas y libros y todo lo demás). En el segundo, el consumo de heroína disminuyó, y el único efecto secundario, que fue el de la llegada de los muchos jóvenes a la Gran Bretaña, provenientes de Estados Unidos y el resto de Europa con el fin de conseguir fácilmente la droga allí legalizada, se debió sencillamente al carácter local, y no universal, de su legalización.

Legalidad es lo que hace exageradamente lucrativo el negocio del tráfico de droga. Ahora bien: ¿quiénes son los principales interesados en que esta situación permanezca así? En primer lugar, como es obvio, los narcotraficantes, que con el fabuloso poder que logran alcanzar llegan a sentirse poco menos que emperadores (del crimen, pero emperadores al fin); en segundo lugar, los banqueros que lavan dólares, que no son todos, y en tercer lugar, algunos gobiernos, que detrás de una cortina de humo levantada sobre una falsa moral, utilizan la prohibición como pretexto para satisfacer deseos de dinero y poder que van desde simples sobornos hasta invasiones militares y el ascenso a la presidencia de un país subdesarrollado y corrupto.

Dice, ya para terminar, el paladín de la legalización de la droga en el periodismo colombiano, Antonio Caballero: “El cultivo de la coca ni es difícil, ni es costoso ni exige mucho trabajo. El café, por ejemplo, que requiere mejores tierras y exige más insumos y más trabajo, cuesta en el mercado internacional un dólar la libra (dos dólares, cuando hay bonanza). La cocaína cuesta hoy, puesta en los Estados Unidos, quince mil dólares la libra, Quince mil veces más. La razón de la diferencia es una sola: que el tráfico de la cocaína está prohibido y el del café no. la droga no es peligrosa porque sea dañina, sino porque es cara. Y es acara no porque exija sabiduría, tradición y esfuerzo, como la champaña; ni porque sea escasa, como el caviar; ni difícil de producir, como el plutonio; ni irrepetible, como un cuadro de Van Gohg. Al contrario: es cara porque, a pesar de que producirla es tan fácil y barato como producir azúcar, es ilegal. Y en consecuencia genera colosales beneficios, y en consecuencia un poder desmesurado que , como encima es ilegal, da una altísima peligrosidad social a quien lo tiene. Mientras el negocio siga siendo ilegal, no importa cuantos narcotraficantes sean encarcelados o muertos, sus herederos serán tanto o más poderosos que ellos”.

 
Curiosidades del lenguaje políticamente correcto
Fea: mujer con estética no convencional.
Corrupto: persona que actúa con una ética diferente.
Mentiroso: individuo con un concepto distinto de la realidad.
Homosexual: persona con preferencia sexual alternativa.
Viejo: alguien cronológicamente privilegiado.
Preso: huésped del sistema penitenciario
Drogadicto: persona con preferencia farmacológica no convencional.
Vago: estudiante desposeído de motivación.
Gordo: persona con peso corporal superior al promedio.
Ignorante: ciudadano desprovisto de una base de conocimientos esenciales.
Calvo: hombre con disminución de la densidad capilar.
Tartamudo: glotoreiterativo.
Es fácil morir por una mujer, lo difícil es vivir con ella. Lord Byron

Todas las mujeres llegan a ser como sus madres, esa es su tragedia. Stendhal.

Quién pudiera caer en los brazos de una mujer sin caer en sus garras. Ambrose Bierce.

El primero que comparó la mujer a una flor fue un poeta; el segundo un imbécil. Voltaire.


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