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La Cuestión se origina en Barranquilla, Caribe colombiano
lunes, febrero 04, 2013
 
SE NECESITAN CIUDADANOS


Prof. Francisco José Tamayo Collins 
Universidad Sergio Arboleda 


Desde la antigua Grecia hemos intentado vivir en una sociedad organizada. En ocasiones se han logrado avances notables, que mucho provecho le han traído a la humanidad. 

En Atenas nace la Democracia, y lo hace de forma racional, dentro de un marco de armonía bastante lógico. Quienes representan a los ciudadanos, y acuden al Ágora, lo hacen con plena conciencia de lo que dicen; vale decir, de las ideas que defienden, porque son las mismas que reflejan el sentir y la visión de ciudad de quienes los han elegido. Nadie que se respete en el ámbito político ateniense osa romper el pacto que ha establecido con los ciudadanos que han depositado su confianza en él. La plaza pública funge como el reino del debate ideológico, y los problemas se ventilan con altura, siempre desde el argumento y la prueba. (Nada de insultos ni epítetos disonantes.) 

Roma trae el Derecho, y con éste, la apertura de una nueva era institucional. Ciudadanos todos: magistrados, senadores o líderes militares que prueban su valía en el campo de batalla o en la ferocidad de la lucha política; hombres de ideas o de armas, defensores de la Ley, con un temple y una disciplina vibrantes, que reconocen al Imperio como destino de sus esfuerzos. 

En la Edad Media, el Cristianismo se suma a la tradición grecorromana, ya bien asentada en el diario vivir de las gentes, y deja por herencia una rica tradición espiritual, siempre universal, que tiene en el Amor y la Resurrección sus valores mayores: excelsos y eternos. 

Más adelante, con el Renacimiento, nace la Modernidad que, con Maquiavelo a la cabeza, nos ofrece un nuevo panorama político, donde el Estado de los príncipes se hace más complejo y la corrupción, en un notorio número de casos criminal, cobra fuerza con discreción y sofisticación. La Diplomacia que hoy conocemos se asoma. Aparecen los “nuevos líderes”, aquellos que entienden que el fin justifica los medios, como se suele observar desde entonces… 

La ruta de la historia sigue su curso. En Inglaterra, el Estado y los ciudadanos son analizados por John Locke, y se establece que los gobiernos legítimos dependen del consenso y el reconocimiento de los ciudadanos que gobiernan. Se evidencia un contrato social entre las partes: un remozado “Doy para que me des”. En este punto y hora, los ciudadanos saben que pagan impuestos para recibir libertad, protección y seguridad jurídica. En el siglo XVIII, los hombres de las luces francesas añaden a los conceptos mencionados la cultura. Necesidades como educación, salud, algo de comer para subsistir; en pocas palabras, el derecho de cualquier ciudadano a gozar de una vida digna. No es mendicidad, ni puede entenderse como limosna: es la tarea del Estado con sus ciudadanos, porque ellos pagan impuestos; y como ellos cumplen con su obligación, tienen derecho a recibir lo mínimo para vivir. Es una cuestión de principios. 

La centuria siguiente emerge con la independencia para las colonias hispánicas, y quienes vivimos “de este lado del charco”, entramos en la historia de la Democracia, de un día para otro, sin contar todavía con una identidad ni con las bases de una institucionalidad propias, ni con un amor feliz, que nos permita sentir orgullosos de lo que somos. 

En tiempos finales de la Gran Colombia, Bolívar, después de comprender la naturaleza de los individuos por los cuales había entregado todo lo que tenía y lo que era, muere con la mirada puesta en el Reino Unido, una sociedad, como decía él, industriosa y respetable que podría servirnos como ejemplo. Santander, luego de su obligado destierro por las ciudades de la costa este de los Estados Unidos, condena que tuvo que pagar tras su participación en la conspiración que casi termina con la vida del Libertador -según nos cuentan las voces que atestiguaron los hechos del 25 de septiembre de 1828, citadas en el libro de José María Cordovez Moure-, no dudó en enviar a sus amigotes a conocer tan magníficas urbes; éstas, por supuesto, con clara conciencia de su valía: Boston, Filadelfia, Nueva York, cuna de las prestigiosas Harvard, Georgetown, MIT y de los centros académicos que hoy conforman la Ivy League, club conformado por las mejores universidades del mundo. 

Entre chistes y chanzas, llegamos al siglo XX, atravesando 70 años de guerras civiles, cuyos protagonistas eran personajes que hacían las batallas para huir del tedio de sus medievales hogares. Sin herir susceptibilidades, ver a la mujer con “rulos” o “marrones” todo el día, no debe ser muy agradable… 

Hegemonía Conservadora, República Liberal, Violencia, Frente Nacional, Narcotráfico… Pasan los años, las portadas vacías, los realities ridículos; no obstante, cada mañana, de frente, nos atropella una verdad que es tiempo de transformar: somos libres, pero estamos atrapados en una cadena de naderías sin fundamento, pues no sabemos quiénes somos, y nos queremos, en la práctica, mucho menos de lo que deberíamos. Cada cuatro años, en este país paradisíaco, se elige a un representante de esa élite que Santander instauró en el siglo XIX. “¡Bienvenidos al futuro!”, diría 160 años después uno de los herederos de ese poder inamovible. 

Me pregunto: ¿Cuál futuro? ¿El de ellos? ¿El de la derecha liberal que todavía cree que Colombia es el ombligo del mundo, y no se ha dado cuenta –o no quiere hacerlo-, que vive en medio de los avances prodigiosos de una aldea global sin fronteras, más abierta e informada, siempre en procura de conquistas sociales que se alejan del enterrado discurso de Marx, y se acercan mucho más a los elementales de nuestra especie? ¿O el de la izquierda dividida que, o se inventa un socialismo del siglo XXI, que azuza la lucha de clases y arruina a los países, o se mimetiza en una “mesa de negociación”-pantomima de un diálogo entre ignorantes-, mientras sigue secuestrando? En fin, tantas cuestiones que se caen de su peso… 

Bueno, amigos lectores, comparto las preguntas finales: ¿dónde están los ciudadanos? ¿De qué nos sirve tener un país y unas ciudades más grandes y “progresistas”, si no tenemos ciudadanos que respondan por lo básico? ¿De qué nos sirve asistir al infeliz espectáculo de un debate entre una dirigencia de juguete y una oposición mentirosa, que ya ha tenido la opción de gobernar en el siglo XXI, pero ha demostrado que sólo le interesa el negocio de una minúscula camarilla de bandidos de cuello blanco, que dice representar a un pueblo que no duda en exprimir hasta la última gota? Se necesitan hombres y mujeres que les duelan sus impuestos, cada centavo de peso que le pagan al Estado. Hombres y mujeres que exijan obras y bienestar cuando cumplen con sus obligaciones. El asunto es con ustedes. Se necesitan ciudadanos.


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