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La Cuestión se origina en Barranquilla, Caribe colombiano
sábado, septiembre 10, 2005
 
Los cuadernos de Juan Mostaza (septiembre)

Raro optimismo

A propósito de la muletilla “conozca a Barranquilla antes de que se acabe”, acomodada según él a esa ciudad, afirmó categóricamente el pasado 19 de septiembre el columnista Armando Benedetti, al que procuramos no dejar de leer ni en “El Tiempo” ni en “El Heraldo”, que Barranquilla no se acabó. Digamos más bien que no se acabó, pero parece siempre estar al borde de acabarse. La profusión de augurios optimistas del señor Benedetti en su columna, ya veremos algunos, vienen a ser directamente proporcionales a la magnitud de un cuestionamiento que a la vez permite casi parafrasear al ex ministro: ¿tampoco se acabó la corrupción?

De ese asunto tan delicado hay tanto material disponible que no voy a referirme, sino brevemente al drama de los arroyos urbanos, uno de los asuntos más sensibles en la tragedia de la autodestrucción de Barranquilla. Por cuenta de ellos, algo aproximado a un “bogotazo”, que logró paralizar a Bogotá por una vez en todo un siglo, ocurre aquí varias veces al año cuando llueve de manera importante: la ciudad se paraliza convertida en un gigantesco alcantarillado pluvial a cielo abierto. Los barranquilleros entonces miran impotentes desde sus ventanas el espectáculo que postra a la ciudad. Mientras tanto, los negocios dejan de vender, ocurren destrozos de toda índole y mueren personas.

Hablando del espacio público, el aspecto que presenta la ciudad, salvo en algunos trayectos de esa parte de ella a la que jocosamente se conoce como la “Miami de mentiras”, que incluye parte del barrio El Prado con su señorío, es sencillamente deprimente. Tantas y tan profundas cicatrices, tantas evidencias de un prolongado abandono no son sino el producto de la acumulación de años de corrupción y desidia administrativa.

La ineptitud de la dirigencia política, y el desgreño llegaron a un punto tal que han debido algunas fundaciones amigas de la ciudad “adoptar” huecos y taparlos para disimular un poco la vergüenza que son las calles de Barranquilla. El aspecto de la ciudad, salvo en algunos sectores, muy pocos, refleja un atraso bestial: por dar solo algunos ejemplos, las zonas verdes son prácticamente inexistentes, la arborización es caótica, el escasísimo mobiliario urbano da grima, muchísimas aceras han sido estropeadas y permanecido así por años, los separadores se pierden en la maleza que los cubre, etc.

En materia de parques, que al lado del transporte público son quizá el espejo del alma de una ciudad y el parte más inmediato de su grado de bienestar, además de que hablan bastante claro de la estirpe de sus gobernantes, si a Bucaramanga se le conoce como la “ciudad de los parques” a esta, la nuestra, bien podría llamársele la “ciudad sin parques”: verdaderos fantasmas raquíticos abandonados a su suerte. Ese triste aspecto de orfandad que ofrecen revela de inmediato que la mano humana no se ha asomado para embellecerlos en varios lustros. No es gratuito que imágenes imperecederas de esos espacios sean las ruinas de las características viejas bancas de cemento, fracturadas hace muchísimos años.

El centro de Barranquilla, el “Calcuta de verdad”, es un verdadero desafío para la cordura en pleno siglo XXI. No puede ser otra la conclusión después de internarse en ese caótico enclave rabiosamente tercermundista, de calles prácticamente en escombros, de arborización casi nula, invadida por vendedores ambulantes, a veces tan apretujados como dueños del espacio público que a las aceras que ocupan no llega la luz del sol. Los vestigios de cierta exquisita arquitectura de antaño cayeron en manos de cualquiera y son ahora damas alicaídas disfrazadas con los atavíos de la pauperización. Indignado ante el aberrante panorama del centro, he llegado a pensar de él que en muchos tramos y a ciertas horas del día es lo más parecido a lo que debe ser el infierno.

(La opinión de Ernesto Mac Causalnd en El Heraldo de septiembre 23 no puede ser más pertinente: ahora sí, después del huracán que despedazó a New Orleans, puede decirse de ella que se parece a Barranquilla).

¿Quién dice que no puede atribuirse semejante tragedia, la de Barranquilla, claro, relatada hasta aquí solo de manera parcial, al virtuosismo administrativo de los gobernantes que por aquí han pasado en los últimos 35 años?

Sin embargo, afirma con alborozo Benedetti: ”en el nivel distrital se acaba de adjudicar el primer tramo del segundo anillo circunvalar, parte de un plan de inversiones, en su primera fase, de más de 250.000 millones de pesos”.

Y agrega: “…no basta con destacar que casi todo será financiado por el Gobierno nacional (…) Más de 500.000 millones de pesos están garantizados para inversiones efectivas (…) El Gobierno nacional destinó 80 mil millones para cofinanciar un alcantarillado que conducirá esos desechos (gran parte de las aguas servidas) (…) invertirá cerca de 250.000 millones de pesos más en obras en Bocas de Ceniza y el canal navegable (…) financiará también el 70 por ciento (170 mil millones de pesos) de la construcción del Transmetro”.

Tanto dinero junto desbordó el optimismo del columnista. En mi caso, y estoy seguro que en muchos más, la noticia generó mucho pesimismo y cierto pánico. Porque los manojos de ejemplos se cuentan por millares. La calle treinta fue reparada, robada y vuelta a robar, n mil veces. La misma circunvalar fue en cierta época una verdadera trocha después de inversiones multimillonarias. El estadio Metropolitano ya comenzó a derrumbarse y carga con un muerto por esta razón. La Central de Abastos, un monstruo de más de 20 millones de dólares, con algo más de veinte años, está al borde de la liquidación, por no impedir la administración que los comerciantes mayoristas despacharan desde la ciudad.

Los ejemplos de corrupción coparían varios tomos. Me encuentro uno sin preponérmelo apenas echo un vistazo a la prensa del día mientras redacto estas líneas: “Embolatados millonarios pagos a EDT. En la última semana de mayo de 2004, usuarios de la liquidada empresa pagaron unos 800 millones de pesos, pero el dinero no aparece consignado” (El Heraldo, edición de septiembre 21 de 2005).

Me creerá el lector que no pretende ser esta una filípica antibarranquillera. Los fines son algo más altruistas. Ante la proximidad de varios millones de dólares de inversiones para el progreso, me pregunto ¿algún fundamento de peso actualmente revoca el presentimiento de que la corruptela de la ciudad no acabará por destruir el sueño a que da pábulo tanto dinero?

Señores optimistas, apacigüen sus ánimos. No lo olviden: Barranquilla, como Cartagena y tantas otras, es una ciudad maniatada por la corrupción. Y la corrupción es de tal magnitud que ha alcanzado un blindaje casi infalible. Aquel dinero para el progreso ya debe estar repartido.


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