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La Cuestión se origina en Barranquilla, Caribe colombiano
miércoles, septiembre 07, 2005
 
Un asunto que no pierde vigencia
EL PROBLEMA DE LA LEGALIZACIÓN

Por Carlos Rosales
Todos los medios usados hasta ahora para combatir el flagelo de la cocaína han fracasado. El consumo no hace más que crecer. Incluso en Colombia, donde creemos tener el extraño y paradójico consuelo de se procesadores y traficantes, pero no consumidores (a propósito, hasta principios de los años ochenta Colombia no producía coca, sino que se limitaba a refinar y reexportar la que venía de Perú y Bolivia, pero hoy se han encontrado plantaciones en lugares tan remotos e inverosímiles como la isla de providencia).

Hace unos años solo había una ruta para transportar la droga (costa atlántica colombiana-Cayo Norman-, el de Carlos Lehder, en las Bahamas, -costa de la Florida). Hoy debe hablarse en plural, con escalas tan improbables como Santiago de Chile, Hong Kong o Alaska. Y así como se han multiplicado las rutas, lo mismo ha pasado con los intermediarios, los funcionarios, algunos banqueros irresponsables –léase lavadores de dólares- los congresistas y hasta algunos presidentes untados de dinero del narcotráfico, precisamente por la manera como este se combate: usando la represión y no el control. El verdadero control. Aunque se ha permitido el porte de dosis personal en algunos países como Colombia, o en ciudades de Estados Unidos, y el cultivo de coca en pequeñas cantidades para que los indios del Perú y Bolivia continúen con su centenaria tradición de mascar la hoja de esa planta, tales medidas despenalizan el consumo, sin controlar el tráfico, lo que equivale a prohibir la venta de esclavos, pero no su compra.

El único camino viable para combatir este problema parece ser la legalización. El valor agregado de la cocaína, cuya producción es tan fácil como, por ejemplo, la del azúcar, está en los peligros de cárcel, de asesinato o de muerte, se esto último excesivo consumo o por intoxicación de las “mulas”, y, obviamente en los sobornos que encubren cualquier negocio ilegal: si los peligros desaparecen ese valor agregado se vendría al suelo y con aquel el precio, los homicidios, los propios sobornos, el temor a caer preso, y hasta la tala salvaje de bosques para sembrar coca. ¿Quién sobornaría para sacar del país una tonelada de cocaína que costara setecientos mil pesos? ¿Algún campesino abandonaría su sano cultivo para obtener una paga ridícula por cosechar coca? ¿Quién mataría a un juez por cinco libras de polvo cuyo precio fuera de cinco dólares?

Con su carácter ilegal, el mal que la droga hace a la sociedad va desde la corrupción del congreso y la policía a la imagen deprimente que hoy muestra el otrora saludable y admirado Kid Pambelé. El mal que hace al organismo está allí, sin importar que su comercio sea o no legal. Si fuera legal podría ejercerse sobre él algo así como un control de calidad, que hoy, por obvias razones, no existe, como reemplazo a la adulteración inescrupulosa de los componentes que más daño hacen a los consumidores, en especial, a los jóvenes que perderían así esa atracción morbosa que hay en la búsqueda de todo aquello que se prohíbe. Permítaseme citar dos episodios históricos: la prohibición del consumo y venta de alcohol, entre 1919 y 1933 en los Estados Unidos, y la legalización de la heroína en Gran Bretaña a mediados de los años setenta. En el primer caso, no solo aumentó el consumo de alcohol, sino que se formaron, para traficar con él, terribles bandas de mafiosos que aún hoy son famosas por su barbarie (tan tristemente célebres que han inspirado famosas películas y libros y todo lo demás). En el segundo, el consumo de heroína disminuyó, y el único efecto secundario, que fue el de la llegada de los muchos jóvenes a la Gran Bretaña, provenientes de Estados Unidos y el resto de Europa con el fin de conseguir fácilmente la droga allí legalizada, se debió sencillamente al carácter local, y no universal, de su legalización.

Legalidad es lo que hace exageradamente lucrativo el negocio del tráfico de droga. Ahora bien: ¿quiénes son los principales interesados en que esta situación permanezca así? En primer lugar, como es obvio, los narcotraficantes, que con el fabuloso poder que logran alcanzar llegan a sentirse poco menos que emperadores (del crimen, pero emperadores al fin); en segundo lugar, los banqueros que lavan dólares, que no son todos, y en tercer lugar, algunos gobiernos, que detrás de una cortina de humo levantada sobre una falsa moral, utilizan la prohibición como pretexto para satisfacer deseos de dinero y poder que van desde simples sobornos hasta invasiones militares y el ascenso a la presidencia de un país subdesarrollado y corrupto.

Dice, ya para terminar, el paladín de la legalización de la droga en el periodismo colombiano, Antonio Caballero: “El cultivo de la coca ni es difícil, ni es costoso ni exige mucho trabajo. El café, por ejemplo, que requiere mejores tierras y exige más insumos y más trabajo, cuesta en el mercado internacional un dólar la libra (dos dólares, cuando hay bonanza). La cocaína cuesta hoy, puesta en los Estados Unidos, quince mil dólares la libra, Quince mil veces más. La razón de la diferencia es una sola: que el tráfico de la cocaína está prohibido y el del café no. la droga no es peligrosa porque sea dañina, sino porque es cara. Y es acara no porque exija sabiduría, tradición y esfuerzo, como la champaña; ni porque sea escasa, como el caviar; ni difícil de producir, como el plutonio; ni irrepetible, como un cuadro de Van Gohg. Al contrario: es cara porque, a pesar de que producirla es tan fácil y barato como producir azúcar, es ilegal. Y en consecuencia genera colosales beneficios, y en consecuencia un poder desmesurado que , como encima es ilegal, da una altísima peligrosidad social a quien lo tiene. Mientras el negocio siga siendo ilegal, no importa cuantos narcotraficantes sean encarcelados o muertos, sus herederos serán tanto o más poderosos que ellos”.

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