lacuestión

Archivo: mayo 2005 julio 2005 septiembre 2005 diciembre 2005 enero 2006 marzo 2006 mayo 2006 junio 2006 julio 2006 septiembre 2006 abril 2007 mayo 2007 agosto 2007 noviembre 2007 abril 2008 diciembre 2009 julio 2010 octubre 2010 marzo 2011 febrero 2013 mayo 2017 septiembre 2018 Free Web Counter visitas la blogoteca
La Cuestión se origina en Barranquilla, Caribe colombiano
domingo, diciembre 18, 2005
 
Fotografías I
Estación Montoya

Casa de Cepeda Samudio

El Prado

?



"San Andresito"

Haga clic sobre las fotografías para agrandarlas

Fotografías: ARU


 
A propósito de esta temporada

¿PARA QUÉ SIRVE LA NAVIDAD?
Creo que lo único bueno que va quedando de la navidad son los recuerdos que deja de la infancia, y lo terapéutico que puede resultar hoy en día para los niños, cercados por toda clase de amenazas, y de enemigos de todas las cataduras.
En mi opinión, la navidad es cada vez es un evento más cursi y mojigato. También en mi opinión, por ser en general Colombia un país bastante cursi, la navidad siempre le viene bien pues reverdece en su transcurso cierta tontería generalizada que a lo largo del año mantienen viva algunas personas, sobre todo en los medios de comunicación.
Lo que yo recuerdo de la navidad, y puede estar tranquilo el lector, que de lo personal no hablaré sino en este breve párrafo, es que la disfruté mucho mientras fui niño. A veces cometí el pecado de dejarme arrastrar por el lugar común de “navidad, época de recogimiento y de reconciliación”, pero generalmente me preocupaba sobretodo por establecer qué regalo pediría, muchas veces diseñando planes al respecto con mis hermanos, y, ya cerca la nochebuena, por tratar recursivamente de hallar con ellos en varios lugares muy específicos de nuestra casa los juguetes comprados por mis padres. La ilusión que los juguetes generan en un niño, sobretodo si la experiencia es clandestina, es francamente indescriptible, y en ese sentido la navidad sí es una bendición.
En Barranquilla, adicionalmente, la navidad venía acompañada, de vez en cuando todavía viene, de un clima muy agradable, “evangélico”, como diría un leído columnista de la ciudad, de un sol duro y luminoso, un cielo sin nubes, más azul que de costumbre, y vientos fuertes que parecen, como diría hace 50 años un columnista llamado Gabriel García Márquez, mecer hasta la claridad vertical que anda suelta por nuestras calles.
Por cierto, también en Barranquilla se ha vuelto costumbre algo, que ha terminado inevitablemente en una competencia de billeteras, que consiste en decorar hasta la exageración las fachadas de las viviendas con luces y adornos navideños. El asunto ha tomado fuerza tan inusitada que la Barranquilla pobre sube en buses repletos, y destinados solo para ese fin, a ver cómo los ricos decoraron espectacularmente, y no pocas veces afectados de un gusto estrafalario, sus casas.
Si el año fuera un cd, la navidad sería en él la canción Let it be o, todavía peor, Yesterday. Además de la cursilería que la caracteriza, esa fiesta está plagada de eventos decididamente deprimentes. Por ejemplo, un villancico puede bien erigirse como la quintaesencia de la depresión. Resulta peor si su melodía proviene de lejos entonada por una voz femenina acompañada de pandereta, y casi mortal si ello ocurre cuando empieza a oscurecer.
Adicionalmente, la celebración de la navidad se basa en un hecho cuya falsedad nadie discute: Jesucristo no nació el 25 de diciembre ni en fecha cercana a ese día. No viene al caso especular aquí sobre las razones o los orígenes de la celebración, que por cierto parece basarse en una costumbre inicialmente pagana, pero está claro que así como la semana santa se convirtió en una pausa de tipo esencialmente turístico la navidad se convirtió esencialmente en un agosto de comerciantes.
Se ha vuelto además varias otras cosas: una época de muertes por doquier, de robos por doquier y una época que sirve de excusa perfecta para evadir la realidad y patrocinar la irresponsabilidad en el gasto de mucha genteUn año entero de represiones en el gasto desemboca naturalmente en la insensatez y en la torpeza cuando súbitamente, después de 11 meses de control obligado, llega una suma importante de dinero y un sinfín de excusas para gastarlo.
Cualquiera que sea el origen del famoso Papa Noel, lo cierto es que su figura de yonofui fue una imposición comercial de la firma Coca Cola (en la costa se hablaba, o se habla, de “el niño Dios”, una figura impersonal que sin embargo inspiraba ternura de manera más genuina y auténtica). Durante la navidad el ciudadano se convierte literalmente en un esclavo del consumismo y en rehén de los convencionalismos sociales. Termina irresponsablemente adquiriendo hasta lo que no necesita y/o lo que debe hipócritamente obsequiar mientras el comercio se muere de risa y llena sus bolsillos durante el intercambio de obsequios que, viéndolo bien, no tiene ni cercanamente un fundamento de peso.
En medio del desenfreno y el jolgorio, el relajamiento idiota desemboca en la desatención de lo fundamental y las pérdidas materiales se incrementan con los robos a viviendas, a viajeros en aeropuertos, a ahorradores mediante trucos en cajeros electrónicos, etc.
La evasión de la realidad hace olvidar al ciudadano medio que la holgura económica de diciembre es un espejismo cruel en el mundo subdesarrollado. En efecto, olvidando la avalancha de gastos que de todos los frentes le lloverán en los dos primeros meses del año siguiente, el irresponsable relajado gasta en exceso, para terminar por pagar las consecuencias a las pocos días cuando una sucesión de baldes de agua fría lluevan sin piedad sobre la piel que tostó durante las fiestas.Para terminar, diré que la navidad solo presta un muy buen servicio a los niños, lo otro es necedad.
AERU

miércoles, diciembre 14, 2005
 
Telecaribe sigue igual
Nuestro canal
Por Carlos Rosales

Gracias a los servicios de la fibra óptica los costeños residentes en Bogotá podemos observar –y, Dios nos ampare, escuchar- la señal de Telecaribe. La historia que sigue sucedió una noche en que la presentadora de cierto programa -cuyo nombre (el del programa) no recuerdo, y cuyo objetivo parece ser entretener presentando notas insólitas, o al menos curiosas (o esa es por lo menos la idea)-, además de por su linda figura, logró captar mi distraída atención cuando anunció que “cuando regresemos, les tenemos la historia de un hombre que por poco vuelve loca a su esposa gracias a un vicio incurable“. Pues bien, cuando regresaron, pudimos enterarnos los amables televidentes de cuál era la increíble historia: un señor - él es totalmente inocente, quiero aclarar-, que a sus 67 años, había logrado leer la prodigiosa cantidad de… ¡120 libros! No dudo que para la hermosa presentadora –si es que la hermosura de su rubia cabeza y los cuidados requeridos para mantenerla le dejan manejar semejante cifra- dicha cantidad es un verdadero escándalo (sobre todo si se trata de libros), ni dudo que es un mérito del mencionado señor, muy amable y digno sentado a la sombra de un arbolito en su humilde rancho, preocuparse por la lectura, y, especialmente, gastarse en libros buena parte de la plata que gana, que por las apariencias tanto de su vivienda no debe ser mucha.

Hechas esas salvedades reflexionemos de la siguiente manera: si suponemos que comenzó a leer a los 27 años (edad un poco tardía para el efecto, pero que, además de facilitar los cálculos, por su mismo carácter justifica aún más los argumentos), quiere esto decir que a sus 67 lleva 40 años leyendo; los mismos que ha necesitado para leer 120 libros. Esto arroja un promedio (120 libros dividido en 40, igual 3) de 3 libros por año, o, lo que es lo mismo, un libro leído por cada cuatro meses. De cualquier manera está muy bien, máxime si tenemos en cuenta el promedio general per capita de libros leídos al año en Colombia. Pero no es de ninguna manera una gran marca ni una gran hazaña. Ni siquiera un dato insólito. O, mejor dicho, ojalá y no lo sea: porque si en la costa atlántica no podemos creer que una persona lea un libro cada cuatro meses entonces sí estamos en la física olla. Estaríamos, no haciendo apología, sino rindiéndole culto a la ignorancia.

Es precisamente Telecaribe (“nuestro canal”), una de las causas que tienen el gusto de nuestro pueblo sumido en la chabacanería y la frivolidad: basta mirar el programa “Cheverísimo”, cuyos “libretistas” no tienen otra idea más original para ocupar el 80% de su espacio en nada diferente de la misma retahíla de chistes de maricas (ahora la señal de Telecaribe puede ser captada en otros países, y por la exagerada gesticulación afeminada no es siquiera necesario que ellos sean de habla castellana para que entiendan los chistes; no quiero ni pensar en lo que esos extranjeros – hispanoparlantes o no-, que ocasionalmente la observan, imaginan de nuestra cultura, o del promedio de maricones que hay en nuestra varonil región). Basta padecer el tal “Cheverísimo” por un rato, digo, para saber que el criterio con el que se maneja esa “programación” (si así se le puede llamar) no es siquiera comercial; no es mediocre: es, como dicen lo gringos, patético.

Resultaría por lo menos merecedor de un estudio sociológico muy profundo, para un extranjero que estuviera interesado en realizarlo y que hubiese estudiado nuestra cultura con especial atención, que en la misma tierra que ha parido a Pacho Galán, Leandro Díaz y José Barros, a García Márquez y Álvaro Cepeda, a Obregón (que es nuestro, aunque haya nacido en otra parte), se difundan por el medio de comunicación más influyente, el que más huella puede dejar en la juventud, semejantes monumentos al mal gusto, la ignorancia y la mediocridad. Qué deprimente sería ver la cara grave y sabía de Leandro Díaz en uno de estos novedosos, cursis e incoherentes “videoclips” vallenatos, o a García Márquez soportando la insípida mamadera de gallo del tal maricón “Margarito”. Por fortuna Gabo no se prestaría jamás, por ninguna razón, para semejante cosa, y el único motivo por el cual Leandro Díaz aceptaría aparecer en semejante payasada ridícula sería el económico. Así están las cosas en nuestra tierra: mientras Leandro, que es toda una leyenda de nuestro folclor -si, aunque suene a lugar común-, es un hombre pobre que pasa los trabajos del mundo, los imitadores de maricones (que es mucho peor que ser solo maricón) se llenan la panza gracias a la atención que reciben de nuestra pobre juventud embrutecida.
Bogotá, 1998

sábado, diciembre 03, 2005
 
Los cuadernos de Juan Mostaza (mes de julio)
BREVE Y SUMARIO JUICIO

Pretende ser esta columna hoy un juicio particular, breve, sumario y muy personal a uno de los peores aasesinos de la historia. Un delincuente que se ha llevado por delante miles de vidas, que sean o no valiosas sería materia de otra causa, casi siempre perpetrando el delito a cuenta gotas. Como todo crimen, con su victima arrastra a muchos más.

Parecen arriesgados calificativos tan categóricos como los utilizados, en este mundo nuestro, que a lo largo de su historia ha parido criminales tan destacados, pero verdaderamente no se trata de un tipo cualquiera. No se trata de ninguno de los que usted podría estarse imaginando. Me preguntarán que qué criminal que supere la eficacia asesina de un sujeto como Adolfo Hitler puede andar por ahí suelto. Y si yo le dijera al lector, que no solo Hitler, sino Pablo Escobar, Stalin y otros archicriminales de la historia lucen a ratos como victimarios piadosos al lado del nuestro, tal vez se retractara o se respondiera a sí mismo. El nuestro alardea de no discriminar. Dice, pavoneándose, como en las adivinanzas de niños: no distingo colores políticos, me importa un bledo la raza, la posición social y el sexo.

Lo peor de este juicio no es la desfachatez del acusado o la inoperancia del juez de la causa y del jurado. Lo peor es que a pesar de un caudal incriminatorio aplastante, de los unanimismos en su contra, goza de la ventaja que le otorga la condición kafkiana de su causa: irredimiblemente culpable, sometido diariamente a juicios sumarios que lo condenan, el acusado sin embargo no es capturado, a pesar de que, finalizada la audiencia, allí frente a todos, al alcance de la mano, se pasea campante o permanece desafiante donde le viene en gana.

Pero, por más sumario que el proceso sea, debe hoy exhibirse al menos una prueba. Me haré a la idea de que, abierta otra causa en contra de nuestro enemigo, el fiscal me ha cedido la palabra, no como testigo, sino como espontáneo que no resiste más la necesidad de presentar libremente un memorial de cargos pendiente.

Mis alegatos brillarán por su sencillez y me sentiré en liberad de restarles un poco de dramatismo trayendo a cuento algunos frustraciones bastante personales y, si se quiere, algo frívolas, si se le compara con diarios episodios acusatorios de mucha más trascendencia que versan sobre hogares destruidos, muertes de gente joven o crímenes en las calles. El tema es manido al punto de tornarse en lugar común. La tarea de los que desmenuzan el aspecto más trascendente del asunto se ha cumplido a cabalidad y seguirá cumpliéndose. Por ello, puedo aquí gozar de mayor libertad. Mi alegato se centrará el algunas víctimas que al sufrir el atentado han arrastrado consigo el patrimonio de su talento, que por su magnitud resultaba nuestro también. En la gigantesca muestra he detenido mi mirada en el deporte y el espectáculo, y allí cuatro víctimas bastante llamativas me sirven de botones de muestra.

¿Conoce usted a Diego Maradona? ¿A oído hablar del ciudadano Antonio Cervantes? ¿Le impactó la muerte de Hector Lavoe? ¿Sabe cómo las perversidades del acusado estropearon al señor Robert Downey Jr.?

El acusado no solo ha estropeado la vida de sus víctimas, sino privado a la humanidad del derecho natural de disfrutar del talento de ellas.

Cómo hubiera sido un Diego Maradona sin tóxicos desde la década de los ochenta. Cuánto de su talento dejó de salir a la luz cuando cronológicamente contaba con tiempo suficiente para seguir deleitándonos unos años más. Y después del retiro, una personalidad como la de Maradona, especialmente diseñada para la controversia, ¿tenía que descender a las bajezas que nos ha enrostrado, para ser un ingrediente imprescindible en el mundo del espectáculo? No había necesidad de nombrarle la madre al Papa o disparar con un rifle de aire comprimido a varios periodistas. Ser Maradona y dejar fluir la personalidad hubiera sido suficiente. Pero de algo tan evidentemente elemental nos ha privado nuestro funesto criminal, que, por cierto, no está dispuesto a desprenderse de esta víctima hasta que ella muera.

Además de los desastrosos efectos causados a la víctima, en lo que a nosortros respecta en otras circunstancias no hemos debido padecer aquella tarde luctuosa de algún día del año ochenta cuando en Cincinnati, Pambelé resultó humillado por otra víctima, en ese momento en cierne, del acusado. Aaron Pryor ridiculizó al palenqueo y atentó contra nuestro honor y el orgullo que había formado la supremacía sostenida de uno de los mejores welter jr. de todos los tiempos. El comienzo del fin de una carrera brillante, y el comienzo del comienzo del abrupto descenso desde la gloria.

El palenquero se vio privado de todo lo que ya sabemos. Nosotros, de saborear de las mieles de la gloria de uno de los nuestros, algo que por aquellos tiempos era de lo que más escaseaba en el país.

¿Cómo sería un Pambelé sano hoy en día? Cualquier cosa algo mejor de lo que es, sin duda. De pronto económicamente quebrado, pero dueño de sí, autosuficiente, así fuera, digamos, haciendo de comentarista deportivo o algún papelillo de ocasión en algunas de nuestras deprimentes telenovelas, pero, de cualquier forma, dando espectáculo.

¿Cómo sería el panorama de la salsa con Héctor Lavoe vivo? La irrepetible tesitura metalizada de su voz, su talento arrollador, su aporte como cultor de la ortodoxia también fueron anulados por nuestro criminal, que evidentemente lo que ha dejado vivo después de muchos estragos en el género no es suficiente.

Estamos convencidos de que en el libro del destino no se había escrito que Lavoe moriría prácticamente solo en un apartamento de Nueva York hace doce años. Pero sucedió. El cantante era para entonces una caricatura de lo que fue otrora.

El acusado no es solo culpable de su muerte, sino de habernos privado de ver envejecer y madurar al artista, de andar mendigando hoy trabajos inacabados o producto de alguna improvisada grabación como el famoso “disco misterioso”.

Un botón de muestra que se repite cientos de veces en el mundo de la actuación, sobretodo de Hollywood, es el del extraordinario actor Robert Downey Jr., cuyo portentoso talento lo llevó a ser nominado a los famosos premios Oscar antes de cumplir treinta años. No obstante esto, ¿qué razón podría haber para que el actor sea más mencionado en los medios por su comparecencia en los estrados judiciales y su ingresos en centros de rehabilitación que por su capacidad interpretativa?

La misma que ha dado al traste con muchas carreras, solo que la de este ha sido bendecida de tal manera por el virtuosismo, que sigue en pie, aunque no como debería: después de la consagración de su muy personal “Chaplin”, el único camino predecible para este gran actor era la de alcanzar rápidamente la categoría de Paccino, Hoffman o de Niro. El cine y el mundo del espectáculo deberían contar hoy con un ingrediente excelso con proyección franca al futuro. Sin embargo, el rumbo de la historia fue nuevamente torcido y seguramente el lugar de Downey viene siendo ocupado por otros no tan talentosos mientras que aquel debe emplear más tiempo en pasar pruebas de buen comportamiento y en resignar adelantos de su salario que a desechar papeles que pueden no ser de todo su agrado.

Así de funesto es nuestro enemigo. Lo que antaño nos arrebataba la muerte temprana de los talentosos, hoy resulta esquilmado por uno de los peores intrusos de la historia, que cada día tuerce más el rumbo de ella.

Por cuestiones de espacio, entre el tintero queda el caso de Myke Tyson, protagonista de un reciente y repulsivo espectáculo ante un mastodonte desconocido.
(Fotografías: magicasruinas.com, vivadiego.com, elcolombiano.com, williecolon.com y poster.net)

 
Nuevas imágenes de Barranquilla
Los nuevos conjuntos cerrados de Buenavista




Prolongación de la carrera 53
Fotografías: ARU
(Haga clic en las imágenes para ampliarlas)

 
Los tiempos cambian
¿COMO SOBREVIVIMOS EN NUESTRA INFANCIA?*

Si viviste de niño en los 60, los 70 o principio de los 80... ¿Cómo hiciste para sobrevivir?

1.- De niños andábamos en autos que no tenían cinturones de seguridad, ni bolsas de aire...
2.- Ir en la parte de atrás de una camioneta era un paseo especial y todavía lo recordamos.
3.- Nuestras cunas estaban pintadas con brillantes colores de pintura a base de plomo.
4.- No teníamos tapas con seguro contra niños en las botellas de medicina, gabinetes, puertas.
5.- Cuando montábamos bicicleta no usábamos casco.
6.-Tomábamos agua de la manguera del jardín y no de una botella de agua mineral...
7.- Gastábamos horas y horas construyendonos carritos de chatarra, y los que tenían la fortuna de tener calles inclinadas los echaban a andar ladera abajo y en la mitad se acordaban que no tenían frenos. Después de varios choques con los matorrales aprendimos a resolver el problema, pero chocabamos con matorrales, no con autos!.
8.- El colegio duraba era hasta mediodía , llegábamos a casa a almorzar. No teníamos celular... así que nadie podía ubicarnos.
9.- Nos cortábamos, nos rompíamos un hueso, perdíamos un diente, pero nunca hubo una demanda por estos accidentes. Nadie tenía la culpa sino nosotros mismos.

11.- Comíamos bizcochitos, pan y mantequilla, tomábamos bebidas con azúcar y nunca padecíamos de exceso de peso porque nuestros juegos necesitaban de actividad física...
12.- Compartíamos una bebida entre cuatro... tomando en la misma botella y nadie se moría por esto.
13.- No teníamos Playstations, Nintendos 64, X boxes, juegos de vídeo, 99 canales de televisión en cable, videograbadoras, sonido surround, celulares personales, computadoras, chatrooms en internet ... ¡Teníamos muchos amigos!

14.- Salíamos, nos subíamos en la bicicleta o caminábamos hasta la casa del amigo, tocábamos el timbre o sencillamente entrábamos sin tocar y allí estaba y salíamos a jugar.
15.- ¡Ahí, afuera!, ¡En el mundo cruel ¡Sin un guardián! ¿Cómo hacíamos?. Hacíamos juegos con palitos y pelotas de tenis, en algún equipo que se formaba para jugar un partido; no todos llegaban a ser elegidos y no era esto mottivo de dencanto traumático.
16.- Algunos estudiantes no eran tan brillantes como otros y cuando perdían un año lo repetían. Nadie iba al psicólogo, al psicopedagogo, nadie sufría dislexia ni problemas de atención ni hiperactividad, simplemente repetía y tenía una segunda oportunidad.
17.- Teníamos libertad, fracasos, éxitos, responsabilidades...y aprendimos a manejarlos. La gran pregunta es ¿como hicimos para sobrevivir? Y sobre todo para ser las grandes personas que somos ahora . ¿Eres tú uno de esa generación?
*Remitido por Francisco Tamayo Collins desde Bogotá.

 
Boogie el aceitoso
(Haga clic en cada cartón para agrandarlo )




 
Woody Allen vuelve a la cima
El destino quiso que fuera este 2005 el año en que Woody Allen saliera por fin del deprimente estado que lo hacía lucir como una estrella ofreciendo sus últimos destellos. En Colombia no sabemos todavía en que en qué consisite eso llamado “Match Point”, la última película de Allen, que, sepultada de elogios por la crítica, recibió un impulso final con la nominación a los premios Globo de Oro. Tal vez por cuenta de esto último el año entrante podamos entrar a una sala el país a ver una película del neoyorquino, algo que hace muchos años no es posible.

Por ahora no podemos exponer nuestro punto de vista sobre "Match Point", un drama que, según muchas opiniones consultadas, recuerda a "Delitos y Faltas", pero los elogios son tan abrumadores, y tantos, que decidimos transcribir uno, extraído del “planeta blog”, que asegura imparcialidad, pues su autor se confiesa un no admirador del director de “Manhattan”, y se destaca por la ausencia de tecnicismos chocantes. Esto dice blogdecine.

Dostoyievski dijo una vez: ‘La belleza salvará el mundo’. Estoy de acuerdo, pero antes hay que encontrarla. Woody Allen nos ahorra parte del trabajo ofreciéndonos una de las mejores películas de su carrera, una auténtica obra maestra que es una maravillosa lección de cine, e incluso la vida. Reconozco que no soy tan fan de Allen como puedo serlo de otros directores como Eastwood, Ford o Wilder por citar sólo tres ejemplos. Estaría en un siguiente escalón. Es un gran director que todos los años nos regala una muestra de su arte.No suelo faltar a esa cita anual, y muchas veces me ha hecho pasármelo en grande, y pocas lo contrario. Su última obra maestra, para mí, data de 1985, ‘La Rosa Púrpura del Cairo’, uno de los más grandes homenajes que se le hayan hecho al séptimo arte. Creo que posteriormente nunca volvió a alcanzar tan altas cotas en su cine. Hasta que hizo ‘Match Point’.
Todavía me siento más que impresionado, y es que no encuentro adjetivos para definir y elogiar un film perfecto de principio a fin en absolutamente todos sus aspectos, tanto técnicos como artísticos. Y aprovecho aquí para decir que menudo sprint final de año estamos teniendo, porque no es la única gran película de la temporada, y aún queda algún plato fuerte, asi que crucemos los dedos para terminar 2005 en medio de buen cine.

‘Match Point’ cuenta la historia de una ex-promesa del tenis que se va a Londres a dar clases, allí conocerá a una rica mujer con la que se casará, aunque se enamorará de otra. Eso es lo que se sabe antes de verla, y conviene no decir más, porque es una historia absolutamente imprevisible, con una media hora final sorprendente tanto por lo que cuenta como por su enorme fuerza emotiva que te atrapa y no te suelta.
Y en esa parte además el director se permite el lujo de homenajear clarísimamente, y de forma prodigiosa a su admirado Bergman y a Hitchcock. Aunque el homenaje más redondo es el dedicado a Jack Clayton y su impresionante ‘Un Lugar en laCumbre’, película que cuando la vi hace años me produjo un enorme shock, y rezo para que algún día se edite en dvd.
Por primera vez Allen deja su amado Nueva York, y rueda enteramente en Londres, y lo que son las cosas, ha tenido que ser un americano el que retrate la capital británica como se merece, y es que el director neoyorkino es único para retratar una ciudad y hacernos respirar la esencia de la misma.

Y los actores, como es habitual en su cine, ofreciendo un trabajo de primera clase. Todos están extraordinarios, pero merecen especial mención Jonathan Rhys-Meyers, que carga con todo el peso de la película y aguanta el tipo estupendamente; atención a sus miradas cuando está pensativo, y a sus expresiones cuando toma alguna decisión; su interpretación es de las que no se olvidan. Y como no, Scarlett Johansson, que está destinada a ser una de las grandes actrices del cine americano, con ese aire clásico que pocas actrices tienen. Su primera aparicion en escena es de las que hacen abrir los ojos de par en par; a partir de ahí el espectador se enamora literalmente de ella y su personaje, que sabe a poco; uno no quiere que termine la película para disfrutar más de su presencia; a medio camino entre la frialdad y la fragilidad, de mujer fatal a pobre chica perdida. ¡Dios! ¡qué buena es…y está!
Por otra parte Allen sorprende inesperadamente con su puesta en escena, incluso rueda un par de secuencias de sexo un poco subidas de tono, algo inhabitual en él. Y luego con sutiles y elegantes movimientos de cámara, no mostrando más de lo necesario, y dotando al film de un ritmo impecable, a pesar de sus más de dos horas de duración, en las cuales el interés nunca decae, gracias a un guión absolutamente preciso, sin fisuras, en el que no falta ni sobra nada. ¡Y menuda historia! Yo no pude apartar los ojos ni un instante, emocionado por lo que estaba viendo, y verdaderamente inquieto por una parte fnal desgarradora y brutal, en la que suceden fuertes acontecimientos sobre los que Allen no moraliza ni emite juicio alguno, dejando esa difícil labor al abrumado espectador.
Una película enorme que llega al corazón, con frases lapidarias sobre la vida, la muerte, el amor…todo. Lo repito con mayúsculas, UNA OBRA MAESTRA.


 
Cuento
FUGA DE CEREBROS

Por Iván Rubio

Cuando supo la noticia un latigazo helado, urente recorrió todo su cuerpo, sintió una presión súbita en su cabeza, como un estallido que buscando salida por sus oídos calentaba sus orejas. Y recordó cuan mortal era. Su madre resignada se lo comunicó y ella en la más absoluta inutilidad escuchó paralizada. Pensó volver inmediatamente.

Si te vienes no te puedes regresar recordó su madre. ¡Estamos contando sólo con la ayuda de ustedes! Concluyó.

¿Y que le han dicho los médicos Mamá?

Tienen que operar, tu Papá tiene un tumor en el pulmón.

¿Cómo está él?

Él se ve muy delgado, se cansa muy fácilmente. No se queja, tu sabes cómo es, nunca se ha quejado, se levanta, se arregla, se sienta en su mecedor y, o lee o se pone a mirar lejos, desde que ustedes se fueron ya nosotros no importamos, solo queremos que ustedes estén bien. No se vengan, no pueden perder todo lo que han logrado, no, hasta que no tengan los papeles. Acá no hay oportunidades, recuerden que cuando se fueron ya lo habían intentado todo. Todo se perdió.

«Yo no creo que aguante la cirugía».

Se quedó con el teléfono en las manos, abandonada en el sofá, en medio del cuarto que servía de posada atestado de muebles, camas y pertenencias escasas. Sólo respiraba, sin parpadear, apretaba sus labios, impávida, como pasmada. Quería renunciar a todo, salir corriendo. No supo cuanto tiempo estuvo así, solo el hormigueo de los pies y de las manos por la inmovilidad, le hizo volver a la realidad. Pero igual seguía siendo implacable. Se sintió inválida, a tal punto que no se sintió capaz siquiera de hablar con su padre, pensó en él como si ya fuera un fantasma.

Al abrir el libro que tomó, leyó la dedicatoria: “A mis Padres”. Recordó aquellas palabras. “¡No creo que nos volvamos a ver!”. Su mirada se perdió en un vacío espeso, sus pensamientos se volvían ahora estériles, su impotencia aumentaba, la que da la pobreza y la distancia, la del abandono total. El ritmo de los acontecimientos no dependía de ella; estaba en otro país, con esa permanente sensación de inconciencia aun estando despierta, como en un estado de superficialidad permanente; deseando volver sin poder. No podía olvidar aquella frase, así había sido la despedida, con la sinceridad propia de los ancianos cuando los años pesan y todo pesa y solo quedan los recuerdos, cuando incluso hasta su voluntad es ajena, para todo dependen de los demás.

Se había marchado con equipaje ligero y poco dinero, ni siquiera lo mínimo requerido para los turistas. Ya había corrido todos los riesgos, desbarató todos sus planes a los cuarenta años. No había vuelto a saber nada de su esposo, la abandonó con una indolencia desesperante, propia del macho falocrático. Pero fue aquella amenaza inminente la que aceleró su decisión. Luego siguieron las hermanas, una a una se marcharon.

Los recuerdos incisivos persistían todo el tiempo. La noche interminable que pasó en vela escondida entre los matorrales, soportando en silencio e impávida un diluvio de mosquitos, y el concierto trepanante de las cigarras, el sudor aceitoso y húmedo en medio del bosque caluroso del trópico, mientras contaba los segundos y minutos que la separaban de la salvación. Sus hijos, su madre, su padre; luego lo demás y los demás. Su rostro languideció más aun al recordar: “La patria son los recuerdos de la infancia”, sus ojos renunciaron a las paginas del libro que intentaba leer, no definía ninguna imagen en su retina, los recuerdos alargados al máximo y esa nostalgia punzante que solo morigeraban sus lagrimas, la acompañaban ahora.

Hacía ya ocho años no veía a sus hijos, desde que el mayor tenía cinco años y el menor tan solo dos; la última vez que vio a su madre, andaba en los sesenta años, aun era una mujer vital; su padre setenta, su caminar era ya lento y corto, con sus manos temblorosas; con sus días contados, simples y rutinarios, interrumpidos solo por la relectura de su biblioteca polvorienta.
Cerró el libro renunciando a la lectura, lo tomó entre sus manos acercándolo a sus labios con un gesto de oración, mientras cerraba sus ojos y soplaba tratando de repartir su impaciencia entre sus hojas. Al cabo de un momento se vio contemplando el océano, con una inercia que se confundía con pasividad, pero realmente, era una actitud de interpretación y justificación permanente, buscando puntos de coincidencia con sus raíces, con los suyos, escrutando similitudes para hacer menos doloroso su destierro voluntario. Pensó: definitivamente... uno es uno, lo demás es lo demás y los otros son los otros.

― Tienes que tener fe mi amor, estoy trabajando mucho para poder enviarles a ustedes, si todo sigue bien algún día me salen los papeles y tu ya podrás venir ―. Solía decirle con frecuencia al hijo mayor, que recibía su llamada semanal desde los cinco años. Y soñaba y soñaba con el tan anunciado rencuentro. El menor que aun no pensaba en esas cosas, se distraía en otras ― afortunadamente para ella ― puerilidades que ocupaban sus ratos libres, por tanto no reclamaba su presencia.

Trabajaba hasta el agotamiento, sin mayores pretensiones (incluso económicas, o sí o sí) y cada día con menor vanidad personal, esta ya no importaba, mucho menos la ropería. Trabajaba humilde y calladamente, con deberes y sin derechos en un país que nunca sería el de ella pues lo que sus células añoraban, había quedado con todos los suyos. El olor del trópico, los colores y sabores alborotados y efervescentes de la vianda casera, con la dedicación y sazón de la abuela.
Sus estudios universitarios, sus postgrados también quedaron atrás, así lo decidió el día que se enteró ― afortunadamente horas después ― que unos uniformados armados habían ido a buscarla, preguntaron por ella, dijeron que volverían. En ese momento entendió que ese sería su último empleo, ante tal amenaza renunció a su profesión; la universidad donde dictaba clase tampoco la amarraba, en cinco años no le habían firmado un contrato, le cancelaban las horas a lo que quería y cuando quería el decano de la facultad de veterinaria; esa noche quiso devolverse pero estaba a dos horas montaña adentro de la carretera y hasta el día siguiente no habría transporte; tenía que matarse trabajando en lo que fuera, ahora lejos de su país donde ya no había seguridad ni tranquilidad, tampoco empleo, ni para los que habían estudiado; el trato especial que se había ganado de los demás, no era importante ahora, ya no le llamaban “Doctora”, ahora lo hacían por su nombre, ordenándole oficios menores que nunca se imagino realizaría, atrás quedaron sus ordenes, toda la vida las dio, ahora las recibía.

Supervivencia, era simple y llana supervivencia, y los suyos, también seguían dependiendo de ella. Pero ahora al otro lado del océano, sin poder verlos crecer o envejecer, sin poder tocarlos ni disfrutarlos. Entonces recordaba su hogar, sus padres, sus comodidades y aunque todo le parecía increíble, así era, cruel, lo estaba viviendo con una resignación de ave migratoria. Solo podía respirar profundamente, elevar su mirada, morder sus labios y resignarse, era una carrera contra el tiempo y contra el futuro de los hijos y padres. Y aquella frase sincera y dolorosa: “¡No creo que nos volvamos a ver!”. Aumentaba su impotencia.

Era una mujer fuerte pero sensible; de cuerpo frágil pero determinante en sus decisiones; sus rasgos la distinguían, era el resultado de las mezclas culturales, en un país donde se hervía el caldo del mestizaje, ello se evidenciaba no solo en lo físico, también en lo conceptual, como muchos de su tierra buscaba y buscaba, exploraba sus raíces, tratando de encontrar explicaciones del porqué las convulsiones y revoluciones permanentes de todo un continente.
Cuando teorizaba sobre las causas de su subdesarrollo, encontraba algo de alivio. “¡Definitivamente nos falta disciplina!”. Pensaba. Le desesperaba que fuera el desorden (y la corrupción), según ella, la causa de tanto dolor. En apariencia dominaba la situación, pero en su soledad desesperante rumiaba su condición, siempre extrañando su identidad, las lagrimas ahí, dispuestas a brotar con el menor recuerdo, un sonido, una expresión, una noticia, una canción, un olor, cualquier evento intempestivo desencadenaba su nostalgia, como un nudo gaseoso en la garganta, aplazando su felicidad y la de los suyos, con una resignación eterna, con un positivismo clerical.

En ocasiones percibía que dos personas habitaban en ella, la de ahora, solitaria y callada, la obrera resignada, la que jamás enfermaba ― los inmigrantes no pueden enfermar ─, la de los sueños ajenos, la de la familia aplazada. Y la otra ― la de las añoranzas ― la alegre, la vanidosa, la orgullosa, la dueña de sus pasos, la de los paseos con la familia, la que jugaba y soñaba, la que había estudiado. Esa solo la visitaba cuando compartía momentos intensos con paisanos desarraigados, desterrados por la misma suerte. Ese puente permanente con nuestro pasado, la nostalgia.

“¡No creo que nos volvamos a ver!”.

Por primera vez llegó a pensar que tal vez no había sido una despedida sino un reclamo.

― ¡Sara! ¡Come here!

Acudió al llamado inmediatamente. El anciano déspota le hizo señas para que lo atendiera. Se colocó al lado derecho de él, lo tomo por las caderas y el homoplato, lo ladeo como pudo, era grande y pesado ─ como su amargura ─, tomó su rodilla izquierda, la flexionó cruzándola sobre la derecha, colocó entre estas un cojín, acomodó una almohada en su espalda, separó el velcro de su desechable y lo retiró disimulando su desagrado, mientras lo retiraba recogió todo el excremento que pudo envolviéndolo con el papel absorbente, una vez lo arrojó a la caneca de la basura, se volvió al lado izquierdo y con toallitas húmedas terminó de asear los genitales y los glúteos atróficos y aplanados del viejo, con algunos pliegues provocados por el sobre camas; inmediatamente tomó la crema humectante, la aplicó con rapidez sobre toda el área perianal, extendiéndola a la cintura y espalda, así como a ambos muslos y piernas, mientras masajeaba los tejidos blancos y pastosos de aquel hombre que la había contratado para que le limpiara la mierda, se sintió más que nunca como una mierda.

Doce horas diarias. ¿Los esclavos del siglo XXI? No, ahora les llamaban desplazados. La globalización es sólo para los negocios, no para las personas.


 
"El caracol", Barranquilla



Powered by Blogger