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La Cuestión se origina en Barranquilla, Caribe colombiano
sábado, diciembre 03, 2005
 
Los cuadernos de Juan Mostaza (mes de julio)
BREVE Y SUMARIO JUICIO

Pretende ser esta columna hoy un juicio particular, breve, sumario y muy personal a uno de los peores aasesinos de la historia. Un delincuente que se ha llevado por delante miles de vidas, que sean o no valiosas sería materia de otra causa, casi siempre perpetrando el delito a cuenta gotas. Como todo crimen, con su victima arrastra a muchos más.

Parecen arriesgados calificativos tan categóricos como los utilizados, en este mundo nuestro, que a lo largo de su historia ha parido criminales tan destacados, pero verdaderamente no se trata de un tipo cualquiera. No se trata de ninguno de los que usted podría estarse imaginando. Me preguntarán que qué criminal que supere la eficacia asesina de un sujeto como Adolfo Hitler puede andar por ahí suelto. Y si yo le dijera al lector, que no solo Hitler, sino Pablo Escobar, Stalin y otros archicriminales de la historia lucen a ratos como victimarios piadosos al lado del nuestro, tal vez se retractara o se respondiera a sí mismo. El nuestro alardea de no discriminar. Dice, pavoneándose, como en las adivinanzas de niños: no distingo colores políticos, me importa un bledo la raza, la posición social y el sexo.

Lo peor de este juicio no es la desfachatez del acusado o la inoperancia del juez de la causa y del jurado. Lo peor es que a pesar de un caudal incriminatorio aplastante, de los unanimismos en su contra, goza de la ventaja que le otorga la condición kafkiana de su causa: irredimiblemente culpable, sometido diariamente a juicios sumarios que lo condenan, el acusado sin embargo no es capturado, a pesar de que, finalizada la audiencia, allí frente a todos, al alcance de la mano, se pasea campante o permanece desafiante donde le viene en gana.

Pero, por más sumario que el proceso sea, debe hoy exhibirse al menos una prueba. Me haré a la idea de que, abierta otra causa en contra de nuestro enemigo, el fiscal me ha cedido la palabra, no como testigo, sino como espontáneo que no resiste más la necesidad de presentar libremente un memorial de cargos pendiente.

Mis alegatos brillarán por su sencillez y me sentiré en liberad de restarles un poco de dramatismo trayendo a cuento algunos frustraciones bastante personales y, si se quiere, algo frívolas, si se le compara con diarios episodios acusatorios de mucha más trascendencia que versan sobre hogares destruidos, muertes de gente joven o crímenes en las calles. El tema es manido al punto de tornarse en lugar común. La tarea de los que desmenuzan el aspecto más trascendente del asunto se ha cumplido a cabalidad y seguirá cumpliéndose. Por ello, puedo aquí gozar de mayor libertad. Mi alegato se centrará el algunas víctimas que al sufrir el atentado han arrastrado consigo el patrimonio de su talento, que por su magnitud resultaba nuestro también. En la gigantesca muestra he detenido mi mirada en el deporte y el espectáculo, y allí cuatro víctimas bastante llamativas me sirven de botones de muestra.

¿Conoce usted a Diego Maradona? ¿A oído hablar del ciudadano Antonio Cervantes? ¿Le impactó la muerte de Hector Lavoe? ¿Sabe cómo las perversidades del acusado estropearon al señor Robert Downey Jr.?

El acusado no solo ha estropeado la vida de sus víctimas, sino privado a la humanidad del derecho natural de disfrutar del talento de ellas.

Cómo hubiera sido un Diego Maradona sin tóxicos desde la década de los ochenta. Cuánto de su talento dejó de salir a la luz cuando cronológicamente contaba con tiempo suficiente para seguir deleitándonos unos años más. Y después del retiro, una personalidad como la de Maradona, especialmente diseñada para la controversia, ¿tenía que descender a las bajezas que nos ha enrostrado, para ser un ingrediente imprescindible en el mundo del espectáculo? No había necesidad de nombrarle la madre al Papa o disparar con un rifle de aire comprimido a varios periodistas. Ser Maradona y dejar fluir la personalidad hubiera sido suficiente. Pero de algo tan evidentemente elemental nos ha privado nuestro funesto criminal, que, por cierto, no está dispuesto a desprenderse de esta víctima hasta que ella muera.

Además de los desastrosos efectos causados a la víctima, en lo que a nosortros respecta en otras circunstancias no hemos debido padecer aquella tarde luctuosa de algún día del año ochenta cuando en Cincinnati, Pambelé resultó humillado por otra víctima, en ese momento en cierne, del acusado. Aaron Pryor ridiculizó al palenqueo y atentó contra nuestro honor y el orgullo que había formado la supremacía sostenida de uno de los mejores welter jr. de todos los tiempos. El comienzo del fin de una carrera brillante, y el comienzo del comienzo del abrupto descenso desde la gloria.

El palenquero se vio privado de todo lo que ya sabemos. Nosotros, de saborear de las mieles de la gloria de uno de los nuestros, algo que por aquellos tiempos era de lo que más escaseaba en el país.

¿Cómo sería un Pambelé sano hoy en día? Cualquier cosa algo mejor de lo que es, sin duda. De pronto económicamente quebrado, pero dueño de sí, autosuficiente, así fuera, digamos, haciendo de comentarista deportivo o algún papelillo de ocasión en algunas de nuestras deprimentes telenovelas, pero, de cualquier forma, dando espectáculo.

¿Cómo sería el panorama de la salsa con Héctor Lavoe vivo? La irrepetible tesitura metalizada de su voz, su talento arrollador, su aporte como cultor de la ortodoxia también fueron anulados por nuestro criminal, que evidentemente lo que ha dejado vivo después de muchos estragos en el género no es suficiente.

Estamos convencidos de que en el libro del destino no se había escrito que Lavoe moriría prácticamente solo en un apartamento de Nueva York hace doce años. Pero sucedió. El cantante era para entonces una caricatura de lo que fue otrora.

El acusado no es solo culpable de su muerte, sino de habernos privado de ver envejecer y madurar al artista, de andar mendigando hoy trabajos inacabados o producto de alguna improvisada grabación como el famoso “disco misterioso”.

Un botón de muestra que se repite cientos de veces en el mundo de la actuación, sobretodo de Hollywood, es el del extraordinario actor Robert Downey Jr., cuyo portentoso talento lo llevó a ser nominado a los famosos premios Oscar antes de cumplir treinta años. No obstante esto, ¿qué razón podría haber para que el actor sea más mencionado en los medios por su comparecencia en los estrados judiciales y su ingresos en centros de rehabilitación que por su capacidad interpretativa?

La misma que ha dado al traste con muchas carreras, solo que la de este ha sido bendecida de tal manera por el virtuosismo, que sigue en pie, aunque no como debería: después de la consagración de su muy personal “Chaplin”, el único camino predecible para este gran actor era la de alcanzar rápidamente la categoría de Paccino, Hoffman o de Niro. El cine y el mundo del espectáculo deberían contar hoy con un ingrediente excelso con proyección franca al futuro. Sin embargo, el rumbo de la historia fue nuevamente torcido y seguramente el lugar de Downey viene siendo ocupado por otros no tan talentosos mientras que aquel debe emplear más tiempo en pasar pruebas de buen comportamiento y en resignar adelantos de su salario que a desechar papeles que pueden no ser de todo su agrado.

Así de funesto es nuestro enemigo. Lo que antaño nos arrebataba la muerte temprana de los talentosos, hoy resulta esquilmado por uno de los peores intrusos de la historia, que cada día tuerce más el rumbo de ella.

Por cuestiones de espacio, entre el tintero queda el caso de Myke Tyson, protagonista de un reciente y repulsivo espectáculo ante un mastodonte desconocido.
(Fotografías: magicasruinas.com, vivadiego.com, elcolombiano.com, williecolon.com y poster.net)

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