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La Cuestión se origina en Barranquilla, Caribe colombiano
domingo, diciembre 18, 2005
 
A propósito de esta temporada

¿PARA QUÉ SIRVE LA NAVIDAD?
Creo que lo único bueno que va quedando de la navidad son los recuerdos que deja de la infancia, y lo terapéutico que puede resultar hoy en día para los niños, cercados por toda clase de amenazas, y de enemigos de todas las cataduras.
En mi opinión, la navidad es cada vez es un evento más cursi y mojigato. También en mi opinión, por ser en general Colombia un país bastante cursi, la navidad siempre le viene bien pues reverdece en su transcurso cierta tontería generalizada que a lo largo del año mantienen viva algunas personas, sobre todo en los medios de comunicación.
Lo que yo recuerdo de la navidad, y puede estar tranquilo el lector, que de lo personal no hablaré sino en este breve párrafo, es que la disfruté mucho mientras fui niño. A veces cometí el pecado de dejarme arrastrar por el lugar común de “navidad, época de recogimiento y de reconciliación”, pero generalmente me preocupaba sobretodo por establecer qué regalo pediría, muchas veces diseñando planes al respecto con mis hermanos, y, ya cerca la nochebuena, por tratar recursivamente de hallar con ellos en varios lugares muy específicos de nuestra casa los juguetes comprados por mis padres. La ilusión que los juguetes generan en un niño, sobretodo si la experiencia es clandestina, es francamente indescriptible, y en ese sentido la navidad sí es una bendición.
En Barranquilla, adicionalmente, la navidad venía acompañada, de vez en cuando todavía viene, de un clima muy agradable, “evangélico”, como diría un leído columnista de la ciudad, de un sol duro y luminoso, un cielo sin nubes, más azul que de costumbre, y vientos fuertes que parecen, como diría hace 50 años un columnista llamado Gabriel García Márquez, mecer hasta la claridad vertical que anda suelta por nuestras calles.
Por cierto, también en Barranquilla se ha vuelto costumbre algo, que ha terminado inevitablemente en una competencia de billeteras, que consiste en decorar hasta la exageración las fachadas de las viviendas con luces y adornos navideños. El asunto ha tomado fuerza tan inusitada que la Barranquilla pobre sube en buses repletos, y destinados solo para ese fin, a ver cómo los ricos decoraron espectacularmente, y no pocas veces afectados de un gusto estrafalario, sus casas.
Si el año fuera un cd, la navidad sería en él la canción Let it be o, todavía peor, Yesterday. Además de la cursilería que la caracteriza, esa fiesta está plagada de eventos decididamente deprimentes. Por ejemplo, un villancico puede bien erigirse como la quintaesencia de la depresión. Resulta peor si su melodía proviene de lejos entonada por una voz femenina acompañada de pandereta, y casi mortal si ello ocurre cuando empieza a oscurecer.
Adicionalmente, la celebración de la navidad se basa en un hecho cuya falsedad nadie discute: Jesucristo no nació el 25 de diciembre ni en fecha cercana a ese día. No viene al caso especular aquí sobre las razones o los orígenes de la celebración, que por cierto parece basarse en una costumbre inicialmente pagana, pero está claro que así como la semana santa se convirtió en una pausa de tipo esencialmente turístico la navidad se convirtió esencialmente en un agosto de comerciantes.
Se ha vuelto además varias otras cosas: una época de muertes por doquier, de robos por doquier y una época que sirve de excusa perfecta para evadir la realidad y patrocinar la irresponsabilidad en el gasto de mucha genteUn año entero de represiones en el gasto desemboca naturalmente en la insensatez y en la torpeza cuando súbitamente, después de 11 meses de control obligado, llega una suma importante de dinero y un sinfín de excusas para gastarlo.
Cualquiera que sea el origen del famoso Papa Noel, lo cierto es que su figura de yonofui fue una imposición comercial de la firma Coca Cola (en la costa se hablaba, o se habla, de “el niño Dios”, una figura impersonal que sin embargo inspiraba ternura de manera más genuina y auténtica). Durante la navidad el ciudadano se convierte literalmente en un esclavo del consumismo y en rehén de los convencionalismos sociales. Termina irresponsablemente adquiriendo hasta lo que no necesita y/o lo que debe hipócritamente obsequiar mientras el comercio se muere de risa y llena sus bolsillos durante el intercambio de obsequios que, viéndolo bien, no tiene ni cercanamente un fundamento de peso.
En medio del desenfreno y el jolgorio, el relajamiento idiota desemboca en la desatención de lo fundamental y las pérdidas materiales se incrementan con los robos a viviendas, a viajeros en aeropuertos, a ahorradores mediante trucos en cajeros electrónicos, etc.
La evasión de la realidad hace olvidar al ciudadano medio que la holgura económica de diciembre es un espejismo cruel en el mundo subdesarrollado. En efecto, olvidando la avalancha de gastos que de todos los frentes le lloverán en los dos primeros meses del año siguiente, el irresponsable relajado gasta en exceso, para terminar por pagar las consecuencias a las pocos días cuando una sucesión de baldes de agua fría lluevan sin piedad sobre la piel que tostó durante las fiestas.Para terminar, diré que la navidad solo presta un muy buen servicio a los niños, lo otro es necedad.
AERU

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