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La Cuestión se origina en Barranquilla, Caribe colombiano
miércoles, diciembre 14, 2005
 
Telecaribe sigue igual
Nuestro canal
Por Carlos Rosales

Gracias a los servicios de la fibra óptica los costeños residentes en Bogotá podemos observar –y, Dios nos ampare, escuchar- la señal de Telecaribe. La historia que sigue sucedió una noche en que la presentadora de cierto programa -cuyo nombre (el del programa) no recuerdo, y cuyo objetivo parece ser entretener presentando notas insólitas, o al menos curiosas (o esa es por lo menos la idea)-, además de por su linda figura, logró captar mi distraída atención cuando anunció que “cuando regresemos, les tenemos la historia de un hombre que por poco vuelve loca a su esposa gracias a un vicio incurable“. Pues bien, cuando regresaron, pudimos enterarnos los amables televidentes de cuál era la increíble historia: un señor - él es totalmente inocente, quiero aclarar-, que a sus 67 años, había logrado leer la prodigiosa cantidad de… ¡120 libros! No dudo que para la hermosa presentadora –si es que la hermosura de su rubia cabeza y los cuidados requeridos para mantenerla le dejan manejar semejante cifra- dicha cantidad es un verdadero escándalo (sobre todo si se trata de libros), ni dudo que es un mérito del mencionado señor, muy amable y digno sentado a la sombra de un arbolito en su humilde rancho, preocuparse por la lectura, y, especialmente, gastarse en libros buena parte de la plata que gana, que por las apariencias tanto de su vivienda no debe ser mucha.

Hechas esas salvedades reflexionemos de la siguiente manera: si suponemos que comenzó a leer a los 27 años (edad un poco tardía para el efecto, pero que, además de facilitar los cálculos, por su mismo carácter justifica aún más los argumentos), quiere esto decir que a sus 67 lleva 40 años leyendo; los mismos que ha necesitado para leer 120 libros. Esto arroja un promedio (120 libros dividido en 40, igual 3) de 3 libros por año, o, lo que es lo mismo, un libro leído por cada cuatro meses. De cualquier manera está muy bien, máxime si tenemos en cuenta el promedio general per capita de libros leídos al año en Colombia. Pero no es de ninguna manera una gran marca ni una gran hazaña. Ni siquiera un dato insólito. O, mejor dicho, ojalá y no lo sea: porque si en la costa atlántica no podemos creer que una persona lea un libro cada cuatro meses entonces sí estamos en la física olla. Estaríamos, no haciendo apología, sino rindiéndole culto a la ignorancia.

Es precisamente Telecaribe (“nuestro canal”), una de las causas que tienen el gusto de nuestro pueblo sumido en la chabacanería y la frivolidad: basta mirar el programa “Cheverísimo”, cuyos “libretistas” no tienen otra idea más original para ocupar el 80% de su espacio en nada diferente de la misma retahíla de chistes de maricas (ahora la señal de Telecaribe puede ser captada en otros países, y por la exagerada gesticulación afeminada no es siquiera necesario que ellos sean de habla castellana para que entiendan los chistes; no quiero ni pensar en lo que esos extranjeros – hispanoparlantes o no-, que ocasionalmente la observan, imaginan de nuestra cultura, o del promedio de maricones que hay en nuestra varonil región). Basta padecer el tal “Cheverísimo” por un rato, digo, para saber que el criterio con el que se maneja esa “programación” (si así se le puede llamar) no es siquiera comercial; no es mediocre: es, como dicen lo gringos, patético.

Resultaría por lo menos merecedor de un estudio sociológico muy profundo, para un extranjero que estuviera interesado en realizarlo y que hubiese estudiado nuestra cultura con especial atención, que en la misma tierra que ha parido a Pacho Galán, Leandro Díaz y José Barros, a García Márquez y Álvaro Cepeda, a Obregón (que es nuestro, aunque haya nacido en otra parte), se difundan por el medio de comunicación más influyente, el que más huella puede dejar en la juventud, semejantes monumentos al mal gusto, la ignorancia y la mediocridad. Qué deprimente sería ver la cara grave y sabía de Leandro Díaz en uno de estos novedosos, cursis e incoherentes “videoclips” vallenatos, o a García Márquez soportando la insípida mamadera de gallo del tal maricón “Margarito”. Por fortuna Gabo no se prestaría jamás, por ninguna razón, para semejante cosa, y el único motivo por el cual Leandro Díaz aceptaría aparecer en semejante payasada ridícula sería el económico. Así están las cosas en nuestra tierra: mientras Leandro, que es toda una leyenda de nuestro folclor -si, aunque suene a lugar común-, es un hombre pobre que pasa los trabajos del mundo, los imitadores de maricones (que es mucho peor que ser solo maricón) se llenan la panza gracias a la atención que reciben de nuestra pobre juventud embrutecida.
Bogotá, 1998

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