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La Cuestión se origina en Barranquilla, Caribe colombiano
domingo, septiembre 02, 2018
 

La mancha

Por  Andrés Rosales


Creo que hace unos seis  meses muy pocos daban un peso por la candidatura de Iván Duque. Apenas llegaba a un 7 u 8 por ciento en las encuestas. Luego ascendió muy rápido cuando fue postulado por su partido a una consulta interpartidista.

Acaba de imponerse contundentemente en la primera vuelta presidencial. En unas elecciones que probaron nuevamente el repudio del colombiano hacia  lo que se conoce como vieja política. Por eso, el partido liberal quedó reducido a su más mínima expresión con una votación afrentosa, y Vargas Lleras, no obstante su disfraz de candidato independiente postulado por firmas,  fracasó estruendosamente

El secreto de Iván Duque es muy sencillo. No hay detrás de su éxito maquinarias políticas ni caciques electorales. Es apadrinado por Álvaro Uribe, el político más popular de Colombia en toda su historia; es un candidato sin pasado político, sin trapos sucios que la oposición pueda enrostrarle, y es un tipo preparado e inteligente que  ha demostrado una habilidad pasmosa para responder en debates y entrevistas. Por cierto, sobretodo esta  última virtud le ha servido para tapar la boca de los opositores que lo critican por su falta de experiencia y juventud.

A eso le debe su éxito electoral. Sin embargo, todo ese buen suceso de la candidatura de Duque viene ensombreciéndose, sin necesidad alguna, a partir de una  lluvia de adhesiones indeseables que  súbita pero predeciblemente  ocurrieron la semana pasada  a través de comunicados llenos de incoherencias políticas.

Se trata de toda la corruptela de liberales y conservadores, camarillas de políticos, manzanillos de toda laya que tienen a la administración pública postrada y repartida por feudos que les son adjudicados según las votaciones obtenidas. Los mismos que han convertido a Colombia en un estado fallido sin salud, sin educación y sin justicia, es decir, sin los requisitos mínimos  de toda sociedad civilizada. Esa caterva se ha abalanzado ahora  hacia la campaña de Iván Duque para disputarse como aves de rapiña un rincón en el escenario del  que  se vislumbra como un triunfo aplastante sobre el izquierdista Gustavo Petro, que, por cierto, de esta manera volvería a lo que mejor sabe hacer: la oposición.

Me recuerda todo esto los tiempos de las elecciones legislativas  del año 2006, en que fue reelegido Uribe, cuando su prestigio político estaba en la cúspide. No necesitó Uribe apoyo de congresistas y candidatos al congreso. Por el contrario, eran  estos los que mendigaban una fotografía con él para su afiche de campaña.

Hogaño el espectáculo podría ser el sumun  de la abyección: los partidos actualmente  aliados al gobierno anuncian, sin esperar si quiera que este último culmine, su apoyo a Duque, el candidato que más acérrimamente se opone al gobierno. Más descarada que la adhesión, sin embargo,  es la forma como,  sin el menor asomo de vergüenza, encuentran la forma de justificarla. Son los de siempre.  El partido conservador: un cadáver mendicante de puestos que solo gracias  estos ha evitado su sepultura definitiva. El partido liberal: otro cadáver que exhala sus últimos estertores y lucha por no desaparecer definitivamente  adosándose a quien está en las antípodas de su ideología. Falta poco para el apoyo de Cambio Radical, que se ha tomado un poco más de tiempo para elaborar con más cuidado la pantomima, pero en todo caso  se trata de un partido de  tan nefasta catadura que hasta su artífice, Germán Vargas Lleras, negó pertenecer a él en las pasadas elecciones presidenciales para evitar que enlodara aun más su ya maltrecha imagen por cuenta del gobierno Santos.

Son ellos los que, junto al Partido de la U, se autodenominan la Unidad Nacional, coalición que viene amamantando del gobierno de Santos todo el presupuesto que este reparte a diestra y siniestra  para sacar adelante sus iniciativas legislativas.

A Álvaro Uribe  su solo prestigio le ha valido  para ganar desde 2002 todas las elecciones presidenciales, más un plebiscito (incluyo la segunda vuelta de 2014, arrebatada a través de compra de votos organizada especialmente desde el departamento de Córdoba). Por ello, a Iván Duque bastará con  decirle, a propósito de las adhesiones de marras,  que no es suficiente con declarar que no hay compromisos con nadie ni pactos burocráticos, porque esos simpatizantes de nuevo cuño son  un estorbo. No solo desprestigian y manchan un gobierno apenas en cierne, sino que restan miles de votos.


Bastaría entonces de Duque un comunicado de pocas lineas en el que manifestara lo que muchos quisiéramos escucharle: que rechaza de plano los apoyos de los integrantes de la Unidad Nacional. 

Junio 3 de 2018


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