La Cuestión se origina en Barranquilla, Caribe colombiano
sábado, julio 22, 2006
De Carlos Rosales
Hace algunos años en los Estados Unidos, una mujer –y parece que ahora son muchas- manifestó su deseo, e incluso lo reclamó como su inviolable derecho, de meterse a un ring boxear de igual a igual con los hombres; sí, con esos gladiadores de grandes músculos que se entrenan para masacrar adversarios tan fuertes como ellos, e incluso, en las más dramáticas ocasiones, mandarlos a la otra vida. La pregunta no es si esta “chica” tendrá alguna posibilidad de salir airosa; la pregunta es: ¿qué tan loca está?
No termina uno de explicarse este absurdo: este estúpido afán –porque no es otra cosa- de parecerse lo más posible los miembros del sexo opuesto, o de adquirir publicidad en pos del dinero o de una celebridad pésimamente entendida. Algunas de esta representantes vanguardistas de este temible y grotesco feminismo agresivo e intransigente, no van tan lejos como nuestra amiga boxeadora. Afortunadamente. Pero ofrecen espectáculos igualmente deprimentes, cuando con la misma boca que escupe insultos que harían ruborizar a un camionero o a un chofer de bus, chupan cigarrillo en actitud desafiante, y luego exhalan el humo de manera tan insinuante e irreverente como para convencernos de querer protagonizar un cuadro no muy diferente al de la más fina prostituta francesa. Y así, otras maravillas por el estilo. Posiblemente lo hagan para que a nadie se le ocurra confundirlas con esas mojigatas anacrónicas que no rompían su ropa, no fumaban, no bebían, y no se acostaban con el primer mozo de labia florida y vacía –y a veces ni eso- que se les atravesaba en el camino.
Cierta persona definió este fenómeno como un “antivalor”; no se si existirá esa palabra, pero me parece suficientemente adecuada para aproximarnos a las absurdas actitudes modernas del sexo débil, que ya, dicen, no es débil; pero lo peor no es eso, lo peor es que ya ni siquiera –así lo practique compulsivamente- es sexo.