lacuestión

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La Cuestión se origina en Barranquilla, Caribe colombiano
sábado, marzo 18, 2006
 
Un cuento de Iván Rubio, M.D.

PARANORMAL

Era uno de esos días fuera de lo común en que quisiéramos cerrar los ojos y volverlos a abrir dentro de un año. Entonces, o habríamos olvidado, o tal vez solo despertado en medio de un sueño maravilloso. Ya habían pasado seis meses desde la última vez que la vi.

─ ¡Hola! ─ Escuché otra vez su voz delicada como la de una adolescente.

Y se detuvo el tiempo, todo volvió a ser hermoso, todo fluía de una manera diferente. La había conocido hacía más de un año, cambió el rumbo mi vida, me sacó de la rutina y devolvió a mis días entusiasmo y sensibilidad, dejó en mí una huella indeleble y perenne.

Sus ojos eran claros, en el fondo de ellos había tanta luz como el resplandor de las primeras luces del sol al amanecer. Su sonrisa era sincera, a veces se confundía con quimeras, sus labios pequeños engañaban, pues no correspondían con sus comentarios, frases llenas de brillo y ternura. Sus manos delicadas con finos dedos que invitaban a tocar más no a apretar. Su cuerpo perfecto y discreto, de una elegancia al caminar que confundía, te invitaba a mirar y admirar, pero su actitud siempre obligaba a esperar. Sus pies completaban el encanto, su hermosura soportaba todo el peso de su personalidad. Vestía siempre con señorío especial, nunca vi sus hombros.

Sin proponérnoslo empezamos a compartir lo simple, lo cotidiano, nada del otro mundo, pero allí en lo esencial de nuestro diario transcurrir y sólo mirándonos el uno al otro, buscábamos en la transparencia de nuestros ojos la calidez que no encontrábamos en otras personas; no hablábamos de nada trascendental, sólo de nosotros, de lo local, de lo regional, de nuestra identidad, de lo sagrado, de lo espiritual, de lo mundano; nos aconsejábamos mutuamente y con increíble tranquilidad nos entendíamos y apoyábamos. Percibíamos una grata satisfacción, un sosiego especial. No nos cambiábamos por nadie entonces. Nos escapábamos del trabajo, caminábamos por la playa o nos sentábamos frente al mar, confundíamos esos instantes con su eternidad; veíamos las estrellas, compartíamos historias y soñábamos despiertos.

No podía decir si deseamos alguna vez algo más, pues no fue necesario, así éramos inmensamente felices; nos bastaba una llamada o una corta visita. Vibrábamos y festejábamos nuestra mutua presencia, no pedíamos más. No cabían entre nosotros los reclamos ni las exigencias, menos los disgustos, cada uno daba lo que podía dar y punto, nada de rencor, existía mucha reciprocidad engalanada con una gran decencia.

Un día se marchó y no volví a saber más de ella, se desapareció, no llamó ni recibió llamadas, sentí un gran vació, un intenso frió invadió mi alma, no obstante jamás tuve rabia, menos rencor, es más cuando la recuerdo ─ todos los días ─, recupero la sensibilidad y el equilibrio, mis ojos brillan expectantes como cuando me embelesaba con los suyos. Y lo más importante, me lleno de un gran optimismo, como ese que experimentamos cuando estamos próximos a ver a la persona amada.

A veces me pregunto, ¿si es posible qué exista una persona capaz de desencadenar todo lo narrado? No lo sé… ¡pero ella debe extrañarme como yo la extraño! Y… o bien recibiría mis llamadas o me llamaría, contaría con ella, como sé ella sabe cuenta conmigo y es entonces cuando pienso que esta experiencia no es normal, no ocurre en el tiempo real. Sé que ella sabe no le haría daño por nada del mundo, como sé, que ella también sabe, no me lastimaría. Entonces, ¿por qué se aleja? ─ Cuando el espíritu goza de tanta euforia ante la presencia de alguien ─ no hay cabida para el temor. Ahora también estoy seguro que si de ella dependiera, no me haría esperar tanto.

Recuerdo algo que me ocurrió con ella, ¡si, si! En una ocasión, mientras caminábamos por la playa, acariciábamos la arena húmeda con los nuestros pies, dibujando letras y deseos que borraba el oleaje burbujeante. Intenté pasarle el brazo por encima de sus hombros, enseguida reaccionó.

─ ¡No! No hagas eso, no por favor ─ alcancé a sentir debajo de su blusa algo algodonoso, se movió y percibí un golpe seco, ¡lo recuerdo! Si… ahora recuerdo, ¿serían alas? ¡Claro! Si, ¡era un ángel!

Tiempo después llegó a mis manos el reporte médico:
“Diagnóstico de tuberculosis pulmonar y mal de Pott. Inestabilidad de columna vertebral, requiere de manera permanente corsé toracolumbar. Tratamiento concluido”.

Al devolverlo a su mejor amiga me enteré, se había casado hacía cuatro meses, con un médico que recién conoció.
Fotografía: m mira

Comments:
Me gustó mucho este cuento de Iván Rubio. Trasmite sentimientos y sensaciones claras con su prosa, y el tema se me hizo muy interesante. Lo felicito.
 
Es sensación, es emoción, es intriga....es bueno
 
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