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La Cuestión se origina en Barranquilla, Caribe colombiano
martes, enero 24, 2006
 
Más allá de la piel
Por Ivan Rubio M.D

Hoy día es frecuente que los pacientes se quejen de sus médicos, pero igual lo es, que estos se quejen de aquellos. Pareciera que en el contexto del sistema actual de seguridad social se estuviera perdiendo la relación médico paciente que en otras épocas no sólo permitía una buena amistad que traspasaba los límites del consultorio, sino que evidenciaba aquella unidad conceptual que llegaba a ser: religiosa, mágica y empírica, en los tiempos de nuestros abuelos1.

Los pacientes aducen que los médicos son fríos y lejanos, que incluso ya no examinan, sólo digitan y miran una pantalla. Los doctores por su lado comentan que como buenos clientes que son ahora, estos son exigentes y agresivos. Tal vez escudados en el hecho (mercantilista) de que siempre tienen la razón. Pues bien, se exponen muchos factores para tal fenómeno, pero nuestra intención esta vez es hurgar más allá de la epidermis. Creemos que hay una razón mucho más profunda que el discurso cotidiano, el paciente de nuestros días no acepta tan fácilmente como en otros tiempos, la enfermedad, mucho menos la mortalidad.

El médico Orlando Mejía Rivera lanza en su ensayo titulado: “La muerte y sus símbolos”, la siguiente hipótesis:


“La concepción que una cultura tenga de la muerte es la que determina, de manera sutil, sus nexos con la vida y el mundo, no al contrario”.

En las culturas arcaicas la enfermedad y la muerte eran consideradas castigo de los dioses, un mal ocasionado por los hechizos de los enemigos, los espíritus de los muertos y los demonios de la noche2. Se practicaba la medicina mágica o pre-técnica, directa descendiente del pensamiento que estructuró el hombre del Paleolítico3. El médico era una especie de sacerdote que actuaba por delegación de los dioses, no se le podía reclamar responsabilidades (¿y cómo?, si los dioses se negaban a perdonar); o bien era una especie de artesano muy bien calificado en la parte empírica de la terapéutica, a estos si se le cobraban indemnizaciones cuando causaban daño a sus enfermos, dependiendo de si era esclavo o noble, podía incluso pagar con su vida. Se cree que el 40% de la población moría antes de los 12 años, y el 50% fallecía antes de lo 20, la expectativa de vida no sobrepasaba los 35 años4, 5. Hoy gracias a los avances de la neurofisiología podemos afirmar que en el cerebro derecho esta el fundamento estructural del pensamiento mítico─mágico, y que no es cuestión de una etapa histórica superada por la humanidad6, 7.

Gracias a la medicina hipocrática, 500 años a.C., se supera conceptualmente la atribución de las enfermedades a causas mágicas o religiosas. Se dividieron las enfermedades en dos grupos: las enfermedades de teckné o susceptibles de ser tratadas y curadas y las enfermedades de ananké o fatales, contra las cuales la medicina nada podía hacer y con las cuales no debía inmiscuirse8. Igualmente los griegos dieron a sus dioses aspectos y atributos humanos. Tanto las actitudes como las reacciones y hasta las pasiones de los dioses griegos eran nítidamente humanas. Y así humanizados, no era lógico que los dioses se ocuparan de los humanos como para producirles las múltiples enfermedades que solían aquejarlos, o por lo menos no en todos los casos, como lo habían creído las gentes hasta entonces9. La muerte era concebida por la medicina griega como un hecho natural, el médico buscaba prevenir y aliviar el dolor y la enfermedad, sin considerar la muerte una enemiga. La medicina romana continuó por la misma línea conceptual, siendo además influida por filósofos estoicos como Séneca y Cicerón, quienes afirmaban que “filosofar era aprender a morir”10, 11. Para algunos médicos romanos incluso la muerte llegó a ser considerada como un estado deseable y mucho más atractivo que la propia vida, a tal punto que llegaron a dominar el arte de los venenos para ayudar a suicidarse a quienes así lo quisieran o a los moribundos.

En la Edad Media muertos los dioses paganos y aún no triunfante Cristo, el hombre estuvo solo en un mundo sin sentido trascendental12. La medicina medieval, influida por la religión judeocristiana, consideró que la muerte era un castigo de Dios y que los médicos nada tenían qué decir o hacer ante este designio divino. Por ello la muerte deja de ser incierta y no genera miedo (la muerte domada). Aparecen las indulgencias y se crea el purgatorio en el siglo XII. Solamente la muerte repentina, que no daba tiempo para el arrepentimiento, producía angustia y horror, pues el que moría de forma súbita podía ser condenado al infierno13.

La medicina del Renacimiento gracias al desarrollo de la anatomía y la fisiología, permitió a los médicos comprender mejor el funcionamiento del cuerpo humano, por lo tanto la muerte vuelve a ser considerada como un hecho natural (la muerte propia), poco a poco se torna autónoma respecto a Dios y al demonio. Montaigne en sus ensayos nos recuerda cuan mortales somos, “toda la sabiduría y razonamientos del mundo se reducen a enseñarnos a no tener miedo de morir”. Y agrega, “Y para que te persuadas de que así es la verdad, pasa revista a tus conocidos y verás cuántos han muerto antes de llegar a tu edad, más de los que la han alcanzado. Y de los que han ennoblecido su vida con la fama, piensa y apuesto a que hallarás muchos más que murieron antes que después de los treinta y cinco años14”. Y cita cómo ejemplo a Jesús y a Alejandro Magno. Otra cita del ensayista: “Tan preparado me encuentro, a Dios gracias, que puedo partir cuando al Señor le plazca, sin que nada me apene”. Es que en tiempos del Renacimiento llegar a los cincuenta años era haber alcanzado por milagro la ancianidad. Se puede dar noticias de tres ancianos (así se autodenominaban) de esa época: Carlos V el emperador, murió a los 58 años; aquel hidalgo de Cervantes, don Alonso Quijano, llegó a la vejez a los 50 años; Juan de Castellanos hizo creer a los historiadores de los siglos posteriores que había comenzado su vida como cronista y poeta muy viejo, a la edad de 45 años15. Eran otros tiempos de gran intensidad y poco sedentarismo, y las circunstancias culturales de entonces les hacían esperar la muerte con naturalidad. Los cementerios eran construidos junto a las iglesias y otros sitios, los más concurridos de la ciudad, para acostumbrar a la población a no asustarse cuando vieran a un hombre muerto. Y un último comentario del padre del ensayo: “Quien enseñase a los hombres a morir les enseñaría a vivir”.

Desde el siglo XVII la muerte se aleja casi por completo del dominio religioso pasa a ser considerada un asunto médico. El influyente filósofo Francés Bacon afirmó que la medicina, además de preservar la salud y curar las enfermedades, debía intentar prolongar la vida. Igualmente por la influencia de la Ilustración y del positivismo, se inicia un gran desarrollo científico y médico, hay grandes progresos en salud pública, en vacunación, control de las epidemias, en el control de las infecciones, en la cirugía y en otras áreas del conocimiento. Ya no es el paciente el que lucha contra la muerte, sino que es el médico quien asume tal batalla16. Es así como la muerte empieza a ser medicalizada. A partir de la revolución industrial los motores entraron en la historia y le pusieron velocidad y producción a todo; nuestro entorno cambio en años lo que no había logrado en siglos. Así pues la tecnocracia se impuso y empezó a imponer su ritmo; las maquinas empezaron a reemplazar a los hombres. La economía de mercado se impuso sobre el estado social. Llegaron los viajes extraterrestres, las cirugías de transplantes, la clonación, la ingeniería genética, las células madres. La expectativa de vida ronda los 80 años. Ya se escuchan cantos de sirenas prometiendo la inmortalidad.

La sociedad contemporánea parece empeñada en impedir que sus hijos se enteren de que existen la enfermedad, la vejez y la muerte. Al menos en Occidente cunde una suerte de religión de la salud, de la juventud, de la belleza y de la vida que contrastan con el carácter cada vez más dañino de la industria, cada vez más mortífero de la ciencia y de la economía. El instrumento principal de este culto es la publicidad, que cotidianamente nos vende una idea del mundo de la cual tienden a estar excluidos todos los elementos negativos, peligrosos o inquietantes de la realidad17. Actualmente en esta sociedad tecnológica se rechaza la muerte y su duelo; ya no hay cementerios, ahora hay jardines de paz, de la eternidad, del recuerdo, etc. Ya no se construyen cementerios en las ciudades, ahora se localizan en las afueras; ya no se les dicen velorios, ahora se denominan: solución o protección exequial; ya no se llaman salas para velar muertos, sino Capilla de la Ascensión. El cortejo funerario no marcha lento sino a una velocidad tal que evite el sufrimiento de los deudos. Y entre más alto sea el nivel sociocultural de la familia del muerto, más se evidencia lo anterior y mayor es la prohibición de expresar en público alguna señal de angustia o descontrol personal. Y por último, al dejar de considerarse la muerte como un proceso natural, cualquier muerto en manos de los médicos debe ser la consecuencia de un error, ya sea porque no se hizo el diagnostico acertado, no se aplicó la terapia adecuada o no se efectuó la cirugía precisa. Siempre se debe buscar un culpable. Fallan los médicos, no la medicina, pues la tecnocracia es infalible18. Después de reflexionar sobre todo lo anteriormente expuesto considero posible que las causas de la mala relación médico paciente, se encuentran más allá de la piel.


Bibliografía:

1, 4,6. MEJÍA Rivera Orlando; DE LA PREHISTORIA A LA MEDICINA EGIPCIA. Manizales: Universidad de Caldas. Centro de Investigaciones y Desarrollo Científico. 1999. Págs.: 191, 135, 164.
2, 8, 10, 13, 16,18. MEJÍA Rivera Orlando; La muerte y sus símbolos. Medellín: Editorial Universidad de Antioquia. Págs.: 3, 34, XXXII, 7, 10, 62.
3, 9. MENDOZA Vega Juan; LECCIONES DE HISTORIA DE LA MEDICINA. Bogotá: Universidad del Rosario. Centro Editorial. Págs.: 22, 29.
5, 7. LA EPOPEYA DE LA MEDICINA. Publicación periódica de MD EN ESPAÑOL. Feb. 64, Pág.: 36, 43.
11, 14. MONTAIGNE de Miguel; ENSAYOS. Buenos Aires: Editorial Jackson. 1950. Págs.: 31, 33.
12, 17. OSPINA William; ES TARDE PARA EL HOMBRE. Grupo Editorial Norma. Págs.: 77, 57.
15. OSPINA William; La Herida en la piel de la diosa. Bogotá: Editora Aguilar. Págs.: 160,161
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Comments:
La profesión médica ha sufrido un descalabro en la última década, que terminó por afectar primero a los pacientes, con gravísimas consecuencias, como enfermedades masl tratados y cosdas así, y después a los médicos mismos que los tiene sumidos en una especie de desvergüenza profesional. Es un problema generalizado que sde ooriginó por querer solucionar la falta de cobertura. Ahora hay más cobertura, pero deficientemente atendida. En todo caso no es pero que antes., lo que quiuere decir que hay que introducir reformas tomando como base la experiencia de estos diez años. La educación y la salud están primero, pero esta última cuenta cn propridad dentro de la rpioridad por razones obvias. Me gustó el artículo, pues hace referencias históricas interesantes y muy pertinentes.
 
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