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La Cuestión se origina en Barranquilla, Caribe colombiano
lunes, julio 11, 2005
 
Andrés Rosales escribe (mes de julio)

Un tal Batata
Por Andrés Rosales
Recientemente tuvimos noticias de un hombre llamado Paulino Salgado, mejor conocido en el ambiente musical como Batata III, del que se dice era el mejor tamborero de Colombia.

Fue dilatado su historial como intérprete. Compuso algunas piezas muy conocidas como “La Candela Viva”. Estuvo al servicio de la famosa Sonia Osorio y de Totó la Momposina en Europa muchos años, a pesar de que el gigantesco talento que poseía le hubiera servido para brillar con luz propia varios cientos de vidas. Sin embargo, solo grabó un disco en su vida, logro este, por cierto, precariamente conseguido, pues murió poco después de que la obra fuera una realidad.
Inevitablemente viene a nuestra mente el suceso musical de los ancianos cubanos del proyecto Buena Vista Social Club. Vienen también multitud de preguntas relacionadas con el asunto ese de que en el colombiano se haya vuelto crónico pregonar a los cuatro vientos un enamoramiento sin precedentes de su patria. Entre aquellas, ¿cómo es posible que un talento de tal naturaleza haya muerto ignorado por la mayoría de nosotros y con un solo trabajo musical en su haber?
La respuesta no es difícil de encontrar, aunque sea mediante otra pregunta. Cuándo se ha visto que un puñado de hombres desarmados soporten las descargas de una artillería de otros que los superan con creces en número. Verá el lector a qué me refiero.

El supuesto patriotismo exacerbado también se ha ensañado con la música. No hay más que mirar la multitud de manifestaciones de él. Evidente hipocresía utilitarista es grabar decenas de refritos musicales de piezas tradicionales de nuestra música y la explotación inescrupulosa que de ellas hacen cantantes jóvenes engañando fácilmente tanto oído maleducado. Ahora bien, aunque el tal patriotismo supera tramposamente varias pruebas, a la hora de la verdad reprueba con nota bastante baja un examen más riguroso cuando encara casos como el de la indiferencia ante nuestro tamborero.
Que diga el lector si no es sencillamente vergonzoso todo este espectáculo de la patria hasta en la sopa, pero en el fondo abandonada. Cómo entender que por ejemplo el famoso intérprete y compositor Juanes, por tomar solo un nombre de entre tanta música de poca monta, goce de una popularidad en el país que no conoció ni cercanamente el tamborero Batata.

Cómo es este asunto. Encarna más colombianidad el intérprete antioqueño, pretendida superestralla del rock en Latinoamérica, colmado a sí mismo de mal avenidos injertos culturales anglosajones (aún así, se da el lujo de pregonar patriotismo y vender millones), cuyo compañero de escena es una ajena, fría y lejana guitarra eléctrica, que el palenquero Batata, producto genuino de la tierra, que conservó virginales sus costumbres y tradiciones ancestrales, percutor de un instrumento incorporado a nuestra cultura hace más de dos siglos. ¿Cuál debería de manera más natural y obvia conquistar el oído del pueblo?
El asunto adquiere visos de escándalo luego de que de un país prácticamente aislado como Cuba hayan salido un puñado de ancianos que enamoraron a medio mundo con su talento. El anciano Batata, con un atractivo adicional a su favor, digamos mejor encanto, el de por provenir del enclave negro San Basilio de Palenque, contó con menos suerte. No tropezó con un Ray Cooder en su camino. Ahora muerto, el testimonio de su talento es bastante escaso. Salvo un milagro, que no propiciará este artículo seguramente, las posibilidades de reconocimiento en su terruño serán cada día menos probables.

Culpa de las disqueras. Culpa de las emisoras radiales. Si, culpa de estos verdaderos determinadotes de los asesinos de la mayoría de las verdaderas expresiones de la música colombiana. ¿Y de quién más es la culpa? Del patriotismo comercial. El mismo que patrocinan esos que a la vez lo han convertido en una auténtica dictadura sin norte conocido. Hallar las pruebas de la majadería de los abanderados de esta práctica resultaría sencillo si por el caso Batata se abriera una causa.
Refiriéndose a Radio Bakongo, único disco de Batata III, que allí se anuncia como Batata y su rumba palenquera, el portal funbat.com trae noticias de tierras lejanas, así: “Numerosos sitios en internet de Europa señalaron la aparición de su disco, deslumbrados por su ritmo generoso, calificando al cantante, percusionista y compositor de ‘coloso afrocolombiano´”.
Un “coloso” que con la sola carátula de su único trabajo propina una bofetada al ejercito de seudocantantes que domina el mercado. Es cierto, aquella sería suficiente para poner a estos últimos en evidencia: en la original presentación de Radio Bakongo, viste una camisa azul atravesada por un águila gigantesca, y, detrás del intérprete, como fondo se ve el característico ornato de un “picó” en el que destaca la consabida combinación extravagante de vivos colores. Imposible más autenticidad. No hablemos de la verdadera denuncia que contra los tales cantantes viene a ser el contenido del referido trabajo.


Lo acontecido con nuestro palenquero es solo un botón de muestra del panorama forzadamente distorsionado de la música popular en Colombia. Sin embargo, un modesto y tardío acto de justicia para con él vino de parte del joven intérprete barranquillero Cabas, anfitrión de aquel en el tema “Puerco Jabalí”, incluido en la producción Contacto. Allí, Batata se presenta y habla brevemente de la pieza en la que se dispone a intervenir. Otro homenaje escondido fue Del palenque de San Basilio, de un tal Erwin Goggle, documental premiado y en el que Paulino es la figura central.
Si a veces soportar lo insoportable no es otra cosa que un gaje de la democracia, de la libertad de los pueblos, no hay más remedio que coexistir con cierta música y su aparatosa promoción en todos los medios de comunicación. Pero ¿es por la misma razón igual de válido resignarse a no tener casi más alternativas?
Nuestra propuesta no incluye la proscripción de los mediocres. Ciertamente hay gente que los adora porque si. Pero otra, ignorantes en su mayoría, ha sido sumida muy a propósito por los mercantilistas de la música en oscuridades insondables. La presente denuncia apunta entonces a subrayar que es verdaderamente inaudito que esté el colombiano, musicalmente hablando, provisto en la actualidad de parámetros tan pobres sin embargo de que una de las más ricas canteras artísticas del país es precisamente la música.

El conductor de bus, el jardinero, la empleada doméstica, el vigilante, sin otra opción que escuchar, digamos, algo llamado o conocido como “El Pim Pom Pam”, interpretado por un tal "Luifer" Cuello (si nos atenemos al grado de cursilería de la melodía, es posible que no sea aquel un apelativo cariñoso, sino el nombre de pila del cantante) [ver foto a la izquierda], no tiene más universo musical que uno en el que unas cuantas tristes caricaturas musicales colman el firmamento auditivo del pobre compatriota que por su deprimente destino musical no está en posibilidades de siquiera presentir que haya coterráneos capaces de alcanzar lo sublime con apenas unos cuantos rudimentos.
Todavía más patética se torna la realidad musical del colombiano, al comprobarse que a diferencia de lo que acontece en latitudes andinas cercanas, y lejanas, el espectro en materia compositiva e interpretativa de música popular en Colombia en cuanto a calidad ha sido verdaderamente notable.

Vemos como natural cierta profusión de compositores excelsos que aquí han nacido, por ignorar lo que acontece a nuestro alrededor. El panorama andino en materia de música popular puede perecerse a un desierto en ciertos puntos de la geografía bolivariana. Ninguno de los países de esta cuenta con la cosecha de artistas talentosos que aquí da frutos, muere y retoña sin cesar (solo esperamos que se entienda que talentoso difiere de popular y que cada vez menos coinciden ambas cualidades en un mismo artista).

Sin embargo, escogimos aceptar la imposición de la mediocridad. Nos atrevemos a sentenciar que en casi ninguna tienda musical de Colombia daría razón de Batata III. La noticia más cercana que hay de la opera prima de Paulino y sus rumberos está en la remota versión inglesa del portal de internet de la tienda de discos Tower Records.

Radio Bakongo es magnífico, paciente lector. Nada más decimos, porque es él su mejor carta de presentación. Allí no hay presa mala. Nos consideramos privilegiados por contar con un ejemplar del compacto, conseguido por obra de la casualidad. Al lector, a falta de otra opción, le sugerimos ingresar al portal mencionado y conformarse con escuchar breves extractos de cada tema.
(Fotografías: towerrecords, terra, torontohispano.com, mivalledupar.com y el colibri.de)

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