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La Cuestión se origina en Barranquilla, Caribe colombiano
martes, mayo 31, 2005
 
Los cuadernos de Juan Mostaza
Historia histórica
Clemencia casó con Estebán a escondidas de su padre, que, negado a acceder al compromiso, deshereda a su hija para posteriormente arrepentirse. Los nuevos esposos, aristócratas ambos, procrean tres hijos, Ignacio, Antonio y Manuel. Clemencia fallece poco después de dar a luz a Manuel, y Esteban, vuelto a casar, también fallece. Ante la orfandad de los tres párvulos, sus tíos Jorge, Juan y Nicolás se niegan a socorrerlos. Los tres niños vagan por la ciudad y, abandonados, duermen incluso en atrios y pórticos . El Tribunal, asesorado por Camilo, decide designar como tutor, luego de muchas dilaciones, a Juan Nepomuceno.

Antonio resulta ser el que de los tres huérfanos sale peor librado de la indiferencia familiar y se convierte en un rebelde que reniega de su procedencia aristocrática. Aunque parece hacer las paces con sus pares de casta al contraer matrimonio con la sobrina de Joaquín, luego de un importante acontecimiento ocurrido cierto día de julio retoma su actitud de rebeldía inicial.

Pasado el citado acontecimiento la ciudad se enfrasca en una lucha por el poder entre el pueblo y la aristocracia.

Aunque Jorge, miembro de la aristocracia, es designado presidente del país, Antonio, a pesar de ser su sobrino, decide hacerle oposición a tal grado que participa activamente en su derrocamiento y patrocina que el sucesor de su pariente, Antonio N, cabecilla de la causa popular, del que se gana la confianza, asuma facultades dictatoriales.

Desde V una fuerza disidente, compuesta enteramente por la aristocracia, intenta derrocar a Antonio N, personero del pueblo en el poder. Este y sus tropas, en las que Antonio participa como capitán se dirigen a T, desde donde conspiran los cabecillas de la disidencia, a conjurar la crítica situación. Las tropas de la disidencia salen al encuentro. Se encaraman en el Alto, para mayor dominio de la situación. Las fuerzas comandadas por Antonio N deciden atacar y precisamente a Antonio se le encomienda comandar la tropa que debe ascender hacia el Alto. Era un momento decisivo. Por lo demás, Antonio se halla en terrible dilema: de las fuerzas disidentes hacen parte Joaquín, su hermano, bajo el mando de Antonio Bar, jefe del ejercito enviado por el congreso que presidía Camilo, tío político de Antonio por ser esposo de Francisca.

Antonio condce a los soldados un tanto temerariamente a terreno enemigo, al que saluda con el sable al que llevaba atado un pañuelo blanco. Sin más allá ni más acá, ordena a los soldados preparar sus armas y tras la primera descarga desaparece.

Los soldados, ahora sin jefe deciden huir a donde mejor pueden, conducta que contagia a los demás regimientos apostados en la parte baja. Todos se dispersn desordenadamente y abandonan sus armas. En tales momentos, el aguerrido Antonio N, bandera en mano conmina a sus hombres a seguirlo y se arroaó en dirección a la acción. Viéndose solo no tiene más remedio que aceptar la derrota.

De vuelta a la ciudad, Antonio N ordena la investigación de rigor por los hechos. El expediente del caso es entregado directamente a Antonio N con la recomendación de que había mérito frente al acusado Antonio. Antonio N decide archivar el caso.

Antonio, ahora caído en desgracia atormentado por el remordimiento de conciencia se retira a su hacienda en A. La vida, sin embargo, le ofrece una oportunidad de reivindicarse y años después, al mando de Simón, en batalla conocida como segunda de San M, se le confía lo que en la jerga militar se conoce como parque. En medio de la batalla, el enemigo se dirige al polvorín. Antonio, viéndose perdido, despacha a sus hombres. Espera solitario al bando enemigo y consciente de que no puede salvar la munición, como medida desesperada para evitar que el enemigo tome la provisión decide volar con ella asiéndola estallar, acto que debilita ostensiblemente al enemigo. Muere como un héroe.

La historia no es mala. Es una gran historia, diría yo. Por añadidura, no es una historia cualquiera: en el reparto figuran nada más ni nada menos que Antonio Nariño, Camilo Torres, Jorge Tadeo Lozano, el Marqués de San Jorge, Antonio Ricaurte Lozano, Simón Bolivar, Antonio Baraya y José Tomás Boves, entre otros.

Con el rigor y sinceridad que lo caracterizan, Indalecio Liévano relata estos hechos más detalladamente en una de sus obras.

Me tomo el atrevimiento de preguntarles a algunos de nuestros directores, esos que dicen que “aman contar historias”, ¿por qué no adaptan una como la que se ha referido aquí y matan, no dos, sino tres pájaros de un tiro, es decir, sacian su gusto por contar historias, ganan dinero y difunden la Historia del país? Y formulo otra más: ¿por qué en lugar de andar adaptando novelas con títulos rebuscados y tontos para volverlas películas con argumentos más rebuscados que el título y para darle empleo a la misma burocracia actoral de siempre, esa que ya no tiene trabajo en televisión, no hacen un actos de justicia con el país y algunos de sus protagonistas, cuentan historias avaladas por la misma realidad y a la vez fortalecen eso que, no obstante lo importante que resulta, se ha denominado tontamente como sentido de pertenencia? ¿Por qué?, señores “tarantinos” criollos.

Es preocupante verdaderamente ver cómo hoy en día el patriotismo ha venido afincándose en ciertas conductas eminentemente adjetivas. No es patriota el que se niega rotundamente a asistir a ver un equipo de fútbol compuesto por un puñado de jóvenes que resueltos a terminar con el hambre que gobierna sus noches no tienen más alternativa que servir de instrumento a una pandilla de alcohólicos corruptos que manejan el negocio del fútbol a su antojo y se enbolsillan anualmente millonadas a costa de del honor del país. No es patriota el que no luce la camisa del seleccionado el día que este juega, a pesar de que todos los pronósticos, que terminarán por confirmarse plenamente, digan que perderá.

Unas supuesta prueba irrefutable de patriotismo es rodear la muñeca, de la mano, de una manilla tricolor, me gustaría decir cabuya, que además de resueltamente horrible y antihigiénica confiere aspecto de mendigo al ejecutivo más impecable.

Si el patriotismo exacerbado, hoy casi una dictadura, tuviese como ingrediente adicional algo del conocimiento del pasado, yo estoy seguro de que, por ejemplo, la mafia de alcohólicos federados ya hubiera sido sacada a empellones de sus oficinas etílicas, y las manillas coloridas serían si acaso de uso exclusivo de los niños, y todavía más, de las niñas quizá para enseñarles el color de la bandera.

El desconocimiento del pasado es inconveniente para el país. Sin embargo, el utilitarismo esnobista de la nacionalidad, parece peor.

Señores directores criollos, tan adeptos a títulos y guiones esnobistas, ahora con recursos que siempre anhelaron, decídanse por favor a revivir nuestra historia.

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