lacuestión

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La Cuestión se origina en Barranquilla, Caribe colombiano
martes, mayo 31, 2005
 
Así escribía Carlos Rosales
RECORDANDO A UN GRANDE
Artículo escrito hacia finales de 1.997 o principios de 1.998.
Por Carlos Rosales (q.e.p.d)
En 1.998 se cumplen dieciocho años de un crimen que, cometido por alguien cuya triste y cobarde celebridad no logró despojarlo de su insignificancia y anonimato, segó la vida de un artista inolvidable. Es cierto que aún antes de haber nacido, o siendo apenas un niño, el viejo Emiliano – su padre -, y Poncho y Emiliano junior – sus hermanos mayores -, ya eran figuras reconocidas de la música vallenata; pero no fueron esos ilustres vínculos de parentesco, ni cualquier otro motivo ajeno a sus virtudes musicales, lo que inmortalizaron el recuerdo maravilloso de aquel muchacho que hace treinta y ocho años en Villanueva, Guajira, abandonó el vientre de la señora Carmen Díaz para asomarse al mundo, esperar el momento en que su cuerpo pudiera cargar un acordeón, y escribir – seguramente sin saberlo – una de las páginas más gloriosas en la historia de la manifestación musical más expresiva y costumbrista en Colombia.

Cuando comenzaron a divulgarse sus primeras notas – que en aquel entonces se hacían acompañar por el también malogrado Adanes Díaz (su única pareja en las tres grabaciones que realizó)-, los más exigentes seguidores del vallenato vieron en este joven a la revelación más notable de una generación de la que hacían parte otros acordeonistas rebeldes e irreverentes
[i], que a pesar de ser también muy buenos y creativos, no lograron unir dicha creatividad las notas tradicionales vallenatas de la manera en que Hector Zuleta lo hizo desde su adolescencia. Esta circunstancia, sin embargo, no fue óbice para que Héctor encontrara en su camino musical rivales mucho más poderosos y temibles: pasaban por su mejor momento, in illo tempore varios acordeonistas de la formidable generación anterior[ii], algunos de ellos considerados, por su pureza y calidad interpretativas, representantes de una escuela –iniciada por Luis Enrique Martínez- que partió en dos la historia de la ejecución del acordeón: en fin, los más grandes de aquella, y –este es un concepto muy personal- de todas las épocas. Sin embargo, a pesar de haber tenido que enfrentar semejante competencia, y no obstante haber encontrado la muerte no en la flor, sino apenas en el capullo de la juventud, Hector Zuleta logró alcanzar, para siempre, la estatura de uno de los grandes del acordeón de todos los tiempos.

Las especulaciones pueden ser consideradas por muchas personas –a veces con razón, puras fantasías; pero tal vez, de no haber ocurrido aquel asesinato demente, hoy se podría presenciar algo diferente de este basilisco multicéfalo que ahora pretende ser amo y señor de nuestra más querida tradición folclórica: animal informe cuyas manos castigan inmisericordemente la verdadera cadencia del acordeón vallenato, y cuyo estéril conjunto cerebral desecha la verdadera inspiración y la reemplaza por un absurdo, estúpido y gratuito “virtuosismo”, que en el mejor de los casos es solo barroquismo decadente; nunca creatividad. (La siguiente declaración debe ser leída teniendo en cuenta las honrosas –y muy contadas- excepciones que sin duda todavía sobreviven y a las que la misma no hace alusión) “Hector Zuleta demostró, noveles “acordeonistas” de pacotilla, que se puede ser joven, creativo y rebelde, que se puede crear un estilo propio sin abandonar el significado auténtico de nuestra música, y que no hay en absoluto necesidad de recurrir a esa suerte de artificios amanerados(para que digo amanerados si quiero decir afeminados) y ridículos de los que ustedes se sienten tan orgullosos”.

La vida disipada y disoluta del pistolero Billy de Kid terminó cuando, sin haber cumplido aún los veintidós años, fue masacrado a tiros en una cantina. Tal vez la única diferencia con Héctor Zuleta sea la de que este último no era pistolero. Porque su música igualmente descubría la ferocidad de un alma que, tal vez porque también sabía que se iría muy joven de este mundo, usaba sus manos para disparar con su arrugada arma las notas prodigiosas de un estilo magistral que aquella especie de Rimbaund vallenato logró apenas a los 21 años. La corta duración de su vida solo permitió que muy poco de su obra fuese conservado en el ahora rudimentario vinilo; pero incluso ello es suficiente para apreciar la genialidad de aquel monstruo de la naturaleza, que no necesitó imitar a nadie para liberar con su música la bravía tempestad del mar picado que tenía dentro de su alma.

Si Hector Zuleta fue la encarnación de una primera oportunidad, Dios quiera que no esté escrito, para la verdadera música vallenata y sus incondicionales seguidores, el trágico destino de las estirpes condenadas a cien años de soledad.

[i] Entre ellos Juancho Rois e Israel Romero, para solo mencionar dos
[ii] Colacho Mendoza y Emiliano Zuleta Díaz; Emilio Oviedo y Alfredo Gutiérrez, por ejemplo; ¿conocidos quizás?

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