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La Cuestión se origina en Barranquilla, Caribe colombiano
martes, mayo 31, 2005
 
Andres Rosales escribe
UNA PERCEPCIÓN EQUIVOCADA
Costeño se le llama a todo aquel que haya nacido en uno de los 7 departamentos de la “costa” atlántica, y es, en resumen, un ser que antepone el jolgorio y la celebración a las obligaciones laborales o académicas. Son estos dos grandes equívocos nacidos en el interior del país.

En primer lugar, como es bien sabido, varios de los 7 departamentos de la “costa” no son costeros, y en segundo, como quiera que el segundo equivoco al que me referí se achaca en buena medida al temperamento alegre y despreocupado que en general caracteriza al individuo caribeño, es pertinente anotar que de los departamentos costeros solo una porción de algunos de ellos participa plenamente del talante caribe.

Lo del trueque del trabajo por la celebración, es un clásico estereotipo, vivo aún, y que, no obstante recibir de ves en cuando una bofetada bien dada, no desaparece en cierto grado por el asunto de los carnavales, que generan esa percepción de jolgorio continuo, sin embargo de que excepción hecha de uno que otro irresponsable, que en todas partes hay, el barranquillero nunca ha desatendido sus obligaciones laborales por asistir a un evento de carnaval.

Sin embargo, como barranquillero percibo algo, que aparece como muy notorio después de haber vivido fuera de la ciudad unos quince años: los Carnavales de Barranquilla son hoy casi un monopolio en materia cultural. Más o menos se desbocan no oficialmente desde principios de noviembre, antecedidos, ya para esas fechas, de un prólogo un tanto prolongado constituido por actividades preparatorias conexas. Son en total unos siete u ocho meses en total entre estas últimas y el carnaval propiamente tal.

La validez de la celebración y de los numerosos capítulos en que ella se divide durante el año no se pone en duda. Sin embargo, la tendencia al monotema sí es un inconveniente serio. Incluso, se pregunta uno a veces si este asunto no empieza a adquirir tintes patológicos. El reproche va dirigido al hecho evidente de que el carnaval todos los años acapara un poco más la mayor parte del año casi toda la tajada de la actividad cultural de envergadura en la ciudad.

Actividad cultural de envergadura es, por ejemplo, la presentación en febrero de un célebre pianista polaco interpretando a Federico Chopin. La boletería del pequeño teatro se vendió totalmente, y se da por sentado que si el escenario hubiese sido más grande habría sucedido exactamente lo mismo.

Por lo que vengo diciendo, un lleno en Barranquilla para oír música de Chopin puede parecerle a, digamos, un bogotano que no vea más allá de sus narices, que no son todos afortunadamente, parecerle, digo, un chiste de mal gusto, por el avasallador estereotipo del carnaval.

Hablando de música, el festival Barranquijazz, que no pasa ni cercano por la cabeza obtusa de los que en otras latitudes consideran al jazz como un patrimonio exclusivo de ellas, es indudablemente un evento de mucha envergadura, pero sigue siendo una voz solitaria en materia de festivales internacionales. Afortunadamente no es este uno de los damnificados cultural del carnaval, prueba de lo cual es que hoy sea impronta cultural indiscutida del mes de septiembre, época en la que muy adrede se efectúa. Sí relega el carnaval otras manifestaciones importantes a un modesto plano, cuando no impide su gestación, en el que aparecen ellas como tímidos intentos de no terminar apabullados.

Podría afirmarse esto último de Europa, sala destinada a proyectar cine seleccionado, especialmente europeo, como resulta obvio. Parece la alumna nueva y poco atractiva de la clase: pocos se ocupan de ella. Al lado de la Cinemateca del Caribe es una alternativa para el público aburrido de la mayoría de lo que se conoce como cine comercial. Una cinta como Ray desapareció de la cartelera en pocos días y tuvo precisamente la Cinemateca que reexhibirla. Otras, como Adios a Lenin o el El abrazo partido, ni siquiera fueron presentadas en la ciudad.

Tal vez por las razones hasta aquí esgrimidas fue anunciada cierta timidez y desgano una muestra de Fernando Botero en el MAMB. ¿No merece un artista de esta talla mayor bombo? ¿No merece acceder a la categoría de acontecimiento cultural una muestra de este calibre, como sucedió ya en muchas capitales del mundo?

El carnaval es evento magnífico, único e incomparable. Sin embargo, Barranquilla debería, al menos culturalmente hablando, digámoslo así, "descarnavalizarse" un poco, por su bien. Solo pensarlo, malentendiendo la propuesta, ameritaría calificarse de sacrílego, dirán algunos, de una verdadera afrenta contra esa especie de camaleón gigantesco en que se ha convertido la fiesta que muere con Joselito.

Evidentemente, el tema es extremadamente sensible.

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